Thursday, February 15, 2007

Un cuento - José de la Vega

Después de varias horas alguno de ellos alcanzó a verlo. El mas viejo de ellos se trataba de aproximar lo mas posible a su víctima. Agarró fuertemente el revólver, después la acarició antes de dar el primer disparo. Las palomas volaron confundidas sin dirección y los taxistas aceleraron. Los malhechores corrían hacia un volkswagen que los esperaba mientras veían que varios policías estaban detras de ellos. Un disparo derribó a uno, pero siguieron corriendo hasta llegar al vehículo, se metieron y arrancaron. Los policías hicieron lo mismo.

Se escuchó un grito fuerte; le habían dado a Julio.

- Hey, tú, aviéntalo nomás -dijo el conductor. Estamos jodidos.

Se fueron por un callejón medio oscuro, y se dispersaron. Jorge no los volvió a ver.

Ahora él estaba solo, no pudo encontrar a sus camaradas esos días.

Caminando con cuidado,,aprovechando la noche, donde había menos resguardo, identificó al menos preparado y le dio directo a la cabeza. Ladraron los perros y cuando corrió a escabullirse, dio dos disparos más y un guardia cayó. Al otro le dio en la pierna.

Entonces no desperdició esta ocasión. Corrió tras el herido, vio el charco de sangre que salía de la pierna, y se la salpicó a los ojos, para dispararle en el corazón varias veces.

Sabía que no tenía escapatoria: ya habían avisado a los tombos, entonces, antes de que lo mataran, tiró el arma, se arrodilló como suplicándole al señor, y se dio uno directo en la oreja.

Sobrevino un caos total en este maldito pueblo, se veía a lo lejos correr a unos hombres fuertemente armados, mientras las mamás jugaban también un rol: su espantoso llanto. Pero Jorge no podía escuchar el caos, el llanto...tenía las orejas llenas de sangre.