Wednesday, September 27, 2006

La venganza del niño bifurcado

Autor: Jonathan Aranda (Lima, 1977)


Con un sonoro cabezazo pude sentir que los huesos de su nariz se quebraban, ¿debía defenderlo ahora?, quizás aún podría ganar. Tarazona le asestó un puñete en la boca del estomago, entonces si lo vi perdido, cayo en el cemento golpeando su cabeza contra el suelo de un modo horrendo.

Vamos Araujo, tú siempre has sido un huevón, yo hace tiempo que le llevo bronca a Tarazona, este pata necesita alguien que lo pare, que le meta miedo. -No seré yo de seguro– Le dije - es un asesino-. -Un asesino, ja ja – se reía – a ese hijo de carnicero solo hay que pescarlo bien, solo es cosa de ser rápido y meterle miedo-.

-¡Suéltame carajo!-le gritaba a sus amigos que me detenían contra el suelo,- ¡no ves, ya le ganaste mierda, déjalo puta madre!, ¡lo estas matando!-. Desde mi posición podía ver como seguía pateándolo, las botas de Tarazona eran como él, violentas y amenazantes. Tomaba vuelo y le asestaba una patada a Nilton que ya no se cubría.

- Ahora es el momento -me dijo Nilton y me dio un papel doblado en cuatro partes -léelo- . Agarro los bordes de la carpeta como quien se da impulso, - déjate de huevadas, te va a sacar la mierda –solo alcance a decir.

Llegó hasta la pierna alzada de Tarazona que formaba una cerca entre dos carpetas y le metió una patada increíblemente fuerte y sonora –baja tu pierna carajo, carnicero de mierda, quiero pasar-, todos voltearon asombrados a verlos y empezaron los uy, uy.

Mordí a Barrios, los demás retrocedieron con algo de miedo y entonces pude correr hasta donde Tarazona, seguía dándole golpes al cuerpo sin reacción de Nilton. En su rostro había una sonrisa extraña, le metí la patada mas fuerte que pude en el estomago, se aparto retorciéndose de dolor. Me dio tiempo de levantar el inerte cuerpo de Nilton y salir corriendo a la enfermería.

Mientras lo cargaba veía su cuerpo y me parecía que algo le faltaba, corría mucho y no llegaba a la enfermería. Podía ver sus cabellos pegados a su frente, llenos de sudor y sangre, sin embargo me era imposible ver su rostro completamente. Caminaba mucho y no encontraba la enfermería, el colegio era como una visión fantasmal.

Volví a ver a Nilton: ahora era solo piernas y su cabello estaba sobre ellas formando una figura grotesca.

Por fin divisé la enfermería. Afuera, una obesa enfermera conversaba con un doctor en una banca. Esperaba que me preguntaran, - ¿Donde esta la otra parte de su cuerpo? ¡Esto es un fémur con pelos!- . –No sé, señora, su cuerpo se ha ido desapareciendo a medida que avanzaba hacia esta puta enfermería-.

Sin embargo, no, jamás pasó. Luego la realidad: -ponlo ahí, ¡Doctor esto es urgente!, tápenlo-.

Llegué a mi casa, me encerré en mi cuarto, me sentía diferente, no saludé a mis papas al llegar, ni pedí permiso para ir a mi cuarto. Vacié mis bolsillos y ahí estaba el papel doblado de Nilton: “Araujo, si ves que me están sacando la mierda, patéalo, para que me des chance de recuperarme, ya te dije que somos uno, toma mi lugar y reviéntalo, no le tengas miedo a este pobre huevon y sus patas. De aquí nos vamos a tomar un vino que le he visto a mi viejo en el refri de mi casa”.

Entró mi mama con su rostro de ternura, en ese instante la odié, la odié por engreírme tanto, por dejarse golpear por mi viejo, por pintarme la vida tan blanca.

-Sé por que estás así hijo, es una lastima, pero así es la vida. Dios sabe cuándo se lleva a la gente, es una lástima por Nilton, un chico tan bueno aunque un poco rebelde, pero bueno, Dios sabe lo que hace.

-Dios se puede ir a la mierda -le grité-; él no lo mató-.

Salí corriendo a la casa de Nilton en la puerta su mama lloraba en los hombros de una mujer, su papá en un sillón sentado conversaba con un viejo. Llegué a la refrigeradora, encontré el vino, quebré el pico contra la mesa con una violencia que no me pareció extraña y me bebí la botella entera. Nadie me detuvo, diría que hasta me ignoraron. Me sentí muy bien, era una liturgia donde bebía un poco de la sangre rebelde y bizarra de Nilton.


De repente desperté en la carnicería, el era mas viejo, pero jamás se olvida el rostro que te aterra. Fingió no reconocerme -¿Quién mierda eres?-repitió antes de que lo pateara. ¿Tanto habré cambiado?

Me golpeaba igual que aquel día, sus golpes eran brutales y empecé a ver con asombro mi sangre mezclándose con la de las reses en el suelo, aun así esta vez yo no huía, presentía que había llegado ahí por algo, desde el suelo pude ver debajo de una mesa un bello cuchillo.

Su espalda convulsionaba en mares de carcajadas. Volteó y levanté el cuchillo hacia el. Tal vez si no hubiera querido perpetuar sus ojos de miedo ante mí, todo se hubiera repetido como un viejo y gastado disco: la mano trémula, la súplica, la humillación, el ser deforme que me acompañaba desde ese día en el colegio, era seguro que jamás lo hubiera matado.

Mi fascinación ante su miedo fue grande, no creí que él conociera ese sentimiento en que yo me retorcía cada hora desde aquel día, quise experimentar si su piel era vulnerable, ¿tal vez era de acero?

Le hundí el cuchillo aun incrédulo, me senté a verlo desangrarse. Nadie vino a recogerlo y llevarlo corriendo a una lejana enfermería (ni siquiera él mismo). Siempre tuvimos razón Nilton, a ese hijo de carnicero solo hay que pescarlo bien, solo es cosa de ser rápido y meterle miedo.