Wednesday, June 07, 2006

Te pareces al mundo…


Autor: Javier Sicchar Rondinelli (Lima, 1976)


Sólo guardas tinieblas, hembra distante y mía .

De tu mirada emerge a veces la costa del espanto.

Pablo Neruda

Cogí unas monedas y salí a caminar, mi casa transpiraba un tipo de tranquilidad que era desesperante, parecía que el tiempo no circulaba por allí, todo en el mismo sitio, repetitivo, las voces que se escurrían sigilosas parecían desprenderse desde alguna pared olvidada del pasadizo en donde acumulábamos las cosas viejas y para el abandono, mi mente traspasaba la barrera de aquella dimensión de tiempos largos e insensibles, mis costumbres fueron trocando, cediendo de a pocos mis arrebatos circunstanciales, esos que marcan el día a día, sin orden y sin razón alguna, comía poco, salía hasta tarde, fumaba mucho, los recuerdos me elevaban y me arrojaban sin piedad, sentía el cuerpo envejecido, el alcohol me entristecía pero aun así bebía, cada vez que llegaba a la universidad mis ojos buscaban una mirada conocida, una sonrisa acogedora, un cigarrillo a medio acabar que me ofreciese su compañía, y toda su vida si fuese posible.

Me senté en el paradero a esperar el autobús que me llevara a cualquier parte, sólo quería sentarme a lado de una ventana y observar cómo el mundo se movía hacia atrás, sentir el movimiento del tiempo, sabía que todo era por alguna razón, secretos que tenemos, con los que queremos morir o sobrevivir según sea el caso, algo que hasta ahora me es difícil de aceptar y si escribo es sólo para ver si los fantasmas se van o existen para siempre, si me ayudan a expoliar mis temores, mis fracasos, es como una terapia que me ayuda a no sentirme angustiosamente desolado. Te pareces al mundo en tu actitud de entrega… el recuerdo de Neruda en una tarde extrañamente soleada, agosto es un mes frío, invernal y melancólico, el carro no tenía prisa y yo tampoco. Elisa estaría esperando con los ojos cerrados que todo termine, que la realidad se anteponga a la sinrazón, el teléfono no sonaba desde ya hace un buen tiempo, pensaba, imaginaba. Todo lo que veía se convertía en cualquier cosa menos en un recuerdo, casas, carros que sólo formaban parte accidental de una escena inacabada. Teníamos esos encuentros algo fortuitos en la universidad, unas miradas y unas palabras aisladas con algún mensaje entre líneas, nadie podía enterarse, la facultad, se estrechaba cada vez que nos veíamos, los amigos pululaban alrededor de un secreto, de ese secreto incontenible que se desnudaba cuando llegaba la noche y nadie nos veía, sólo la luz opaca del cuarto más viejo del mundo, un colchón en el suelo, un edredón que nos cubría del frío y de la realidad, nada importaba, el mundo se podía acabar en ese momento, desnudos, culpables pero felices, horas sin remordimientos a pesar de todo, sin voces que nos atormenten, nos alejen como ahora que el tiempo se va. El teléfono no ha sonado para tranquilidad de Elisa. ¿Qué estarás haciendo? me pregunto sin querer, mientras persigo los momentos, como recuerdos que amenazan con perderse en algún oscuro hoyo de la memoria, estarás descalza y con ese pequeño short rozado y viejo, caminado por tu casa, disimulando no esperar ninguna llamada, sin pensar qué estaré haciendo yo, que a lo mejor esté pensando en ti, en tus miedos, en tus ojos, tus piernas, en mi angustia…

A veces el sueño me vencía y dormitaba en el micro, ese sueño que se había vuelto tan escueto, dos minutos medio dormido, y todo a mi alrededor desaparecía hasta lo que tenía dentro y no quería salir, me despertaba y me encontraba en otra calle sin nombre, la música estrambótica ululaba en todo el carro, algunas personas tarareaban, otras intentaban leer algún libro, los mas preocupados ceñían el entrecejo y se aferraban a sus separatas o cuadernos, puede que más allá les esperara un examen de mierda que los deprima o los exalte de felicidad, una felicidad efímera que ni a ella ni a mí nos importaba, era así como nos sentíamos después de cada prueba escrita, las pupilas desorbitadas, una sonrisa sarcástica y una mirada de desprecio hacia toda esa gente que salía extasiada del examen, el tiempo para la tristeza era sólo un abrir y cerrar de ojos, algo que se arreglaba con cuatro o cinco amigos y unas botellas de cerveza bien heladas; Elisa mandaba todo al carajo, cogía su mochila, entregaba la prueba al profesor y se largaba, tras ella la puerta hacía un estruendoso ruido en medio de aquel silencio del salón de clases, nosotros levantábamos la mirada pero ella se había ido a olvidarse de todo, de esta rutina, de esos ruidos que hacían las hojas de papel al deslizarse por la carpeta, mas tarde nos encontrábamos ella más sarcástica consigo misma y yo resignado, esperando nada de mi vida académica.

Cuando el micro se detuvo y el chofer dijo que nos bajáramos porque el carro había sufrido un desperfecto yo no dejaba de temblar, me encontraba cerca de tu casa, no quería preguntarme nada más, una plaza algo vacía, algunos carros que parecían estar compartiendo la modorra de un día desolado no me querían devolver a la realidad, desvariaba en miles de imágenes y recuerdos, compré un cigarro y caminé. Los años no pasaban en vano, a mis 24 agostos las preocupaciones ya no eran las mismas, las maldades tampoco, lo único infantil eran las cosas buenas que nunca crecían, estas se perennizaban en el tiempo, engreídos y rozaditos como querubines de alas blancas, con Elisa había aprendido a sufrir el lado filoso del cuchillo, ella era así porque le habían dicho que no sabía querer y siempre andaba protegiéndose con sus palabras, con sus actos, pero cuando el cansancio la vencía, cuando dejaba sus armas, podía ser la mujer mas sentimental y cariñosa, dejándose querer fácilmente y enseñándote que hay muchas caras de las que nos valemos para que no miren dentro nuestro, para que no nos descubran, pero al fin y al cabo existe ese yo que parecía imperturbable, y vivir el momento valía la pena si se asumía una vida entera sin remordimientos, aunque después todo se volviera gris, cogía palabras de cualquier parte para entregármelas como un recuerdo, esperaba desnuda no sólo el rozar de nuestros sexos, quería el miedo y la locura, el instante preciso, saber que hay más allá entre polvos y amaneceres, olvidarse de todo después, quería que yo me olvide todo.

Por qué tenía que ser así, por qué sentía que esta historia se escapaba de mi vida y dejaba la tarde tan estática, pesada, ella quería abandonar la historia, pero al final fue una decisión tácitamente mutua, lo nuestro se había vuelto insostenible, era insoportable vernos en cualquier sitio sin poder abrazarnos, sin darnos un beso esporádico, un beso que nos perdure en los momentos de ausencia, teníamos que disimular para no lastimar, había gente en nuestro entorno que aún nos vigilaba, que quería saber de nosotros, que solían decir palabras tipo te quiero, te adoro, te amo… pero qué es el amor, acaso no es encontrar la perfección en otra persona, acaso el amor no deja de ser real cuando ya no funciona, un espejismo, eso había sido, pero ellos que aún esperaban más sin que se dieran cuenta que ya no existía nada, pensaban que eso era amor, ¿amor a los momentos compartidos? ¿a las tristezas, a los recuerdos, a nuestra maldad? a nuestro “macro porno intenso”, a veces pienso que es incongruente sentir eso por personas como nosotros, pero mejor era no opinar si al final era casi lo mismo, porque al momento de sentir sólo se siente y punto, el lugar, la circunstancia es lo de menos, pero ella y yo casi nunca despegábamos, nos quedábamos en el suelo o más bien siempre regresábamos en el momento en que todo parecía irse, Elisa sabía muy bien cuando los sentidos parecían elevarse y corríamos el peligro de perdernos para siempre con nuestra pasión, nuestras ganas de eternizar el instante antes de todas las despedidas, caíamos y nos separábamos entre llanto y rencor, volvíamos tras nuestros pasos en silencio sin que nadie nos viera, sonrientes, falsamente sonrientes y con la cara lavada sin que ellos sospecharan nada.

¿Llegaría a ver a Sonia algún día? ¿Me enfrentaría alguna vez a todo o a una parte del todo? ¿Qué le podría decir? Sonia es de las personas que no quieren soltarse, de las que consideran como parte de su patrimonio sentimental a aquellos que ella cree amar, no hay conmiseración para ello, todo se obnubila, y la pérdida por eso a veces puede ser traumática, ella le dice a Elisa que me quiere, le cuenta sobre viejas historias, cubiertas de polvo, Elisa escucha en silencio como todo lo que hace y dice, Sonia le ha hablado de nuestros últimos días, la decadencia de nuestra relación. Te comprendo Elisa, sé que clase de tormento, sé que las culpas te consumen, sólo nuestro encuentro, nuestro instante puede absolvernos momentáneamente de cualquier creencia pecaminosa, pero huyes, porque no quieres seguir escuchando, no quieres llenarte sólo de momentos. Carlos me dice amo más a Elisa por la breve cicatriz al final de su rodilla izquierda que por su cuerpo, metáforas que no me interesan, él no se da cuenta que cuando habla no me dice nada nuevo, que la conozco, entre mentira y mentira, en secretos y en el más rudimentario de los deseos, la conozco sin esa máscara que nos muestra y que él inútilmente trata de explicarme, me sirvo un vaso de cerveza y me dejo llevar sin decir nada. Cada uno tiene su historia, cada uno tiene su propio final, a ellos les queda el recuerdo y la oportunidad de olvidar, a nosotros nos queda la imposibilidad de recordar más, para no delatarnos, para no dejar que esto crezca porque todavía existimos dentro de nuestros cuerpos, de los que caminan como si no pasara nada, los que estiran los labios para simular una sonrisa.

Los que nos conocen creen que Elisa y yo sólo nos llevamos bien, nadie sabe nada, nadie está obligado a inventar historias o a complicarlas. Hace calor, siento como algunos rayos de sol me persiguen y distorsionan mi vista, un microbús vacío que parece estar apurado, espanta a las palomas que picoteaban sobras de cualquier cosa que sea comestible, levantan vuelo y en bandada revolotean alrededor de la plaza cubriendo por un momento un pedazo de cielo. Sigo caminado, más allá hay un teléfono. Pienso: Elisa abrió los ojos, el teléfono volvió a sonar por tercera vez, la despierta. Dónde estarás, a veces no quisiera saberlo, pero el teléfono... el teléfono suena, camina con los pies descalzos, pantalón corto y un polo blanco que le deja ver el ombligo, el cabello suelto le cubre esa ansiedad en el rostro que a solas no hace el esfuerzo por esconder, el teléfono suena por quinta vez, en la calle alguien fuma, soy yo, soy yo y toda esta historia, el humo del cigarro que se pierde en el viento que disminuye el sopor, de repente una retahíla de carros pasan y me impaciento, las manos me sudan, creo que debo colgar y continuar con mi vida, las monedas caen en el interior del teléfono. - ¿Aló?- una voz suave y expectante, Elisa escucha el ruido de la calle, de carros que dejan el eco de sus motores perderse a través del hilo telefónico, le parece algo irreal, desde donde está ella no se puede sentir ni el murmullo de su calle a pesar de las ventanas abiertas y el falso viento que no hace más que pasar sin hacer bulla, -Aló- respondo - cómo estás - recién me doy cuenta que el tiempo avanza a pesar de mi quietud - bien- Elisa responde, sonríe y recién se da cuenta que ella existe y esta es la realidad.