Mi navidad
(Lima, 1977)
Tengo trece años y detesto la navidad porque no me gusta el pavo, odio el puré de manzanas y la misa de gallo me da sueño. Tampoco soporto los cohetones que revientan los oídos, ratablanca les dicen. Ratablanca. Racumín, diría yo. Acaba con toda tu mano. Te deja los muñones como tomates aplastados. Al principio no se siente, luego te quema. Y de tu mano no hay más que un colgajo de carne, palabra. A mí el Basilio me dijo después que había visto a un perro comiéndose mis dedos. Casi le pego por mentiroso. Con esas cosas no se juega, pero él no entiende. Él no tiene ni padres ni modales. Vive en un cuarto en el callejón mugroso con su abuela. Allí cocinan, allí tienen que pasar los días mirándose las caras, por eso por las tardes él se escapa a la calle. Para no intoxicarse con los humores del cuarto.
Esa tarde estábamos los cuatro: Julio, La Chueca, Basilio y yo. Basilio había conseguido unos soles, producto de todos los mandados que hacía a las familias del barrio. Los demás nunca teníamos dinero, él sí. Siempre. La Chueca se había sentado en la vereda para observarnos, dizque estaba con su ropa nueva de navidad y no quería ensuciarla. Julio hizo un ademán con la pierna y levantó tierra. La Chueca se fue a su casa molesta; le había entrado polvo en los ojos.
—Pues vete, Chueca, a ver si te va mejor en tu casa haciendo empanadas. Pero me traes un par cuando estén listas.— gritó Julio. Basilio y yo nos reímos. En serio pensábamos pasar luego por la casa de la Chueca para gorrearle una mazamorrita o unos chocolates. Ella no dijo nada y se apresuró por entrar a su casa. Tiró la puerta.
En eso, Basilio que había estado pensativo se manifestó.
—Y ahora, ¿qué hacemos?
—Pues no sé ¿quieres que saque la pelota? Tengo una nueva que acabo de encontrar en el closet de mi vieja. Si quieres la traigo.—dije tratando de animarlos.
—No seas idiota, ese es tu regalo de navidad. Lo vas a estropear—dijo Julio.
—Pero podemos hacerle una bromita a la Chueca — propuso Basilio — ¿Ven esas jaulitas a la entrada de la casa de la Chueca? Pues son las jaulas de las palomas. Ellos siempre tragan pichón. Les vamos a joder la cena de noche buena, si tenemos suerte. Pero fijo fijo que los dejamos sin palomas para el año nuevo .
—Pero se van a dar cuenta, no seas cojudo. Se van a dar cuenta y luego nos vamos a meter en líos con los viejos. No way, yo no me meto a hacerle nada a la palomas, dije.
—¿Pero quién se va a dar cuenta? Los papás de la Chueca no están en su casa, los vi salir en el auto hace un par de horas y todavía no han vuelto. Solamente están en la casa la Chueca y su empleada y esas deben estar tragándose la mazamorra de la noche mientras ven las novelas. Dicho esto, Basilio me abrazó y yo ya no tuve más excusas para no participar en el juego.
Fuimos los tres a comprar los instrumentos. Regresamos con una bolsa llena de cohetecillos verdes y rojos, de esos que puedes reventar en la mano. A Basilio hasta le alcanzó para comprar una ratablanca y unos helados. Bueno, chicos —nos miró y agregó—: ahora lo que viene es sencillo, solamente tenemos que bajar las jaulas de las palomas y les metemos sus regalitos. Espérate, oye, qué haces, Julio, la ratablanca es para el final, para la jaula más grande.
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