Friday, May 12, 2006

El Portal de Penuel /la ansiedad/

Autor: Gunter Silva Pasuni
(La Merced, 1975)


En Vialta, mi pequeño pueblo, a principios del mes sétimo, mataron a mi familia, ahora los recuerdo como cuerpos sin vida manchados con su propia sangre, es por ello que decidí vender las tierras y el ganado que encontré, no quería estar solo en un lugar donde a pesar de ser mi hogar ya no me pertenecía; tampoco la ciudad lo es, no me pertenece, pero me acostumbré a habitarla.

¿Venganza? Por Dios ni siquiera pensé en eso, ser un superhéroe en estos días, es malgastar el tiempo; no quiero ser del club del “ojo por ojo...” ese juego no es para una persona como yo.

¿Miedoso? Tal vez, pero, quién no tiene miedo en esta cárcel llamada vida, quién que sea consciente de que “existe” no es miedoso, sólo a los locos se les concedió la gracia divina de suprimírseles el miedo. Yo estoy contento de ser miedoso, lo considero simple instinto de supervivencia, pero contento dista mucho de feliz. Así que de revancha nada, todos estamos aquí para morir, por supuesto, yo no quiero ahorrarle trabajo a la muerte, que ella o él se encargue de matar cuando sea debido. Me conformo con saber que los culpables saben de lo que estoy hablando.

Ha pasado una década desde que emigré a la ciudad, nada ha cambiado en mí, o tal vez sí, antes me levantaba a las siete a tomar desayuno, ahora lo hago a las diez, no es que me despierte a esa hora, no, no. Sólo que desde que despierto hasta las diez tengo arcadas. Y como es lógico, odiaría vomitar mis huevos revueltos y mi zumo de naranja. Si parece un alimento espartano, es verdad, soy así; riguroso, disciplinado y ordenado, para que tengas una idea de lo ordenado que puedo llegar a ser, te contaré que algunas noches me despierto, cuando la luna aún sonríe, arreglo las sábanas, la manta y me vuelvo a dormir después de haber dejado la cama perfecta.

De vez en cuando sueño con serpientes, muchas de ellas enroscadas, nadando en un río turbio, cerca de mí. Nunca me asusto por que sé que no pueden botar candela por sus bocas y menos volar. Los vecinos dicen que soñar con serpientes es traición, a mi no pueden traicionarme, vivo de los intereses que generan mis depósitos, descartada la envidia profesional, no tengo amigos – la semana pasada cumplí la edad de Cristo y la torta la tuve que comer yo solo, no tengo novia, así que tampoco me preocupa la infidelidad. Olvidaba confesar que me apasiona el ajedrez, paso la mayor parte del tiempo jugando en la PC, siempre gano, suponer lo contrario sería tan absurdo como esperar que un ordenador componga música mejor que Schubert y en mi modesta opinión nada es más placentero que escuchar el improntus. Op.90 No. 3.

Así conocí a Jacobo de Cessolis, en un homenaje a Schubert. Sus ojos delataban que existía desde el principio de la raza. Sus manos eran huesudas y largas, la nariz inteligente, el rostro enigmático y bello, el cabello perlado a la altura del hombro; un verdadero pavo real convertido en humano. En adelante me adapté a las derrotas en cada partida y a las discusiones de mil teorías acerca del juego. Él discernía brillantemente sus tesis, hablaba por días, tenía un sentido bastante limitado de la conversación.

La que le encantaba era la de agregar dos jugadores. Los adivinos quienes en la historia siempre habían ejecutado un rol importante como Merlín “el encantador” en la corte de Arturo, o los adivinos que llevaron a la caída de Troya por sus desaciertos, los adivinos se moverían en “ene,” la parte que detestaba es que debía suprimirse un par de peones y para mí los peones son el alma del ajedrez, terminan salvando o destruyendo reinos.

Me sorprendió una tarde al sacar de su envejecido maletín de cuero marrón, un original de “Misterios en el Ajedrez” de Ruy López de Segura, escrito en 1561, fue la única vez que logré ver una sonrisa dibujada en su rostro más parecida a una mueca de superioridad. Resultó tedioso leerlo en un castellano tan antiguo, tuve que digerir la lectura con la ayuda de abundante vodka 21. Esas noches en mi departamento con el gran de Cessolis fueron las más agradables de mi vida.

– No se debe perder posiciones ganadas, era la frase que más repetía. Por aquella época trabajaba en su nueva teoría. El ajedrez era un complejo y condensado símbolo críptico de las fuerzas astrales que intervienen en la conformación de las almas humanas sobre la faz de la tierra.

– En Egipto, decía, – se jugó un ajedrez de doce piezas y treinta casillas que se relacionan con los signos del zodiaco y los treinta grados de arco en que cada uno de ellos se subdivide. La casa octava representaría la muerte.

La noche de todos los santos, fue intrínseco, las ventanas se abrieron con el viento y un aire gélido recorrió nuestra espina dorsal y nuca. Esa noche, de Cessolis me reveló el más grande de los misterios, aseguraba conocer un portal enclavado en plena selva, no me negué acompañarlo, cuando me invitó a la difícil empresa de encontrar el portal.

Mis manos temblaron al recibir el mapa; una pequeña hoja amarillenta que sobrevivió al tiempo, apenas legible. Meses después partimos. Llegamos a un caserío desolado, nos tomó varios días de viaje en bus, de ahí continuamos a pie en busca del portal.

En las mochilas teníamos toda el agua que podíamos cargar, provisiones, bolsas de dormir, linterna, cerillos y otros objetos que no vienen a mi memoria. No sé cuántos días caminamos exactamente, gran parte de nuestra dieta era pescado del río que corría cortando los cerros y el mundo.

Yo miraba a de Cessolis escondido en mí mismo, buscando en su rostro el misterio que parecía haber detrás de su imagen, buscando la razón de su andar soberano, tratando de encontrar su espíritu oculto. De Cessolis, a pesar de su avanzada edad, caminaba con más energía, yo sentía pena por retrasarlo. Su altura era impresionante como si fuera un descendiente de la mitologíca Atlántida o alguna otra raza superior.

A menudo me venía una aparición repentina de palpitaciones sobre la cabeza y el cuello o sensaciones de asfixia, pero inventé una técnica para combatirlos, cierro los ojos y pienso en una sábana blanca como los cisnes o la nieve de las montañas, ondeándose sobre un cordel; me ayuda a relajarme y seguir.

El cuarto día caminamos sobre piedras cubiertas de musgo. En todo ese trayecto, la maleza, las enredaderas y la vegetación del lugar ocultaban el cielo, de modo que se había formado un túnel natural, sentía frío, el mapa denominaba esa zona “el infiernillo”. Al salir de allí, era media noche, la luna iluminaba el firmamento, las siluetas de las montañas cobraban figuras demoniacas; olas de calor y escalofríos invadían mi cuerpo; mi alma extrañamente me llamaba a esconderme, me puse alerta, tenía una sensación de muerte inminente, divagué por unos minutos.

– No seas vehemente y sigue caminando, dijo.

Con un principio de terror advertí que me había estado oyendo. Siempre caminábamos al poniente, la vegetación era vasta, por las mañanas los ruidos de los pájaros no cesaban y el murmullo del río acompañaba nuestra marcha, desde el cielo la luz llegaba como flashes fotográficos,logrando disminuir nuestra vision ya bastante cansada.

Las arcadas persistieron en toda la travesía, puede que sea un nuevo lenguaje que intenta decirme algo desde el fondo de mi ser, ó sólo un modo de evadirme de la monotonía de la vida, cada quién debería tener un tipo de arcada. Anoche hubo una lluviecita inusitada, pero fue hermoso dormir con el agotamiento corriendo dentro mis venas.

Presentí que era el lugar que buscábamos cuando las nubes se tiñeron de sangre y la arcilla roja inopinadamente cambió su color a un tono nunca antes visto por ser humano, caminamos al lado de árboles enormes que no producían sombra. Mi respiración era entrecortada y un sudor glacial bajaba por mis sienes con tal intensidad que pensé estar pisando el fin del mundo. Dudé en continuar, al parecer de Cessolis notó mi aprensión.

– Nada puede suceder una sola vez ,todo se repite, es la razón por la cual nos encontramos en una sucesión de errores. Te doy la oportunidad de cambiar el absoluto, dijo.

– El peón coronado puede convertirse en cualquiera de las piezas mayores, susurró en mi oído izquierdo.

Ciertamente pensé en Dios, sabía que observaba todo, pero que no existía para juzgar ni condenar, sólo para verificar mi estúpido destino, ya que el simple hecho de vivir, me exime de culpa y exonera de toda penitencia. Por vez primera, de Cessolis y yo éramos hermanos en la estirpe de Caín y mi actitud esta vez seria mas intrepida,queria dejar atrás mi existencia adonina para convertirme en alguien nuevo.

Adentro, el lugar tenía que haber sido construido pensando en la retirada de los dioses. Las palmas de mis manos permanecían húmedas, mi corazón lo sentía en la garganta; me topé con los libros apócrifos de Esdras y Ternnot, reconocí Maniqueo, Pelagio y Eutiques. Existían innumerables grabados en una lengua anterior al sánscrito y nesavinn, dos veces estuve a punto de desmayarme, mi cerebro no podía asimilar lo que estaba viendo, daba la impresión de que el tiempo y el espacio habían sido capturados en ese universo hermético, laberíntico, indescriptible.

Descubrí lo que ahora llamamos el diagrama de Venn, trabajado en oro fuego.

– Antes de nuestra era el ddv representaba a la divina trinidad, dijo. Lo escuché en una especie de “slow motion” como si el sonido se fragmentara retrogradándose. No puedo describir los infinitos espacios que encontré, la base se movía al oeste que supuse y me perdía en la ubicación. De pronto, alguien atacó por la espalda a de Cessolis, se desató una lucha encarnizada, tener miedo no era extraño; se introdujo un silencio sepulcral, sentí un sabor a sangre o acaso a “Merlot” entre mis labios. El hombre de negro seguía luchando con de Cessolis, el combate era físico y espiritual. Me entró pánico y ahogo.

– Abyssus abyssum invocat, repetí tres veces.

Mi mente se adormeció, mis ojos se apagaron, el terror me hizo colapsar. No sé cuánto tiempo estuve inconsciente o en estado de coma.

Desperté acostado en un césped verde como el del countryside ingles,sólo había un árbol con una manzana. No sé cómo logré huir de ese maldito lugar, recordé la lucha de Cessolis con aquella sombra de figura humana, vino a mi memoria el génesis 32:24, “así se quedó Jacob sólo; y luchó con Él. Un varón hasta que rayaba el alba,” 32:28, “y el varón le dijo: No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel, por que has luchado con lo divino.”

– La lucha de Jacob a orillas del Yaboc, murmuré.

Esperé a de Cessolis frente al portal por dos lunas, me alimenté de lo que pude encontrar, pero nunca toque la manzana; moría de cansancio y miedo, cada noche, en la oscuridad, rezaba oraciones interminables para espantar los fantasmas de este mundo y de otros aún peores. En uno de los bolsillos de la mochila, hallé el pasaporte del viejo, reconocí su foto, tenía otro nombre, innombrable; en el casillero de nacionalidad estaba impreso con letras mayúsculas: no land.

Caminé de regreso, sabía que si me quedaba un minuto más, no habría sabido cómo volver, cada noche el ojo del cielo alumbraba mi sendero como un manto blanco, no estoy seguro del tiempo que tardé en arribar al departamento quizá algunas semanas, meses o años; he perdido totalmente la noción del calendario. Tal vez cabría decir que mi cerebro no hace diferencia entre un día y otro, los días viajan y rebotan ad infinitum.

Equivocado e incrédulo entré a mi piso, de paredes rojas y divanes color mar; había un solo mensaje en el contestador, era mi psiquiatra:

– Señor Joaquín Egaña, hemos dado con su caso, sufre usted de una ansiedad crónica, pero no se preocupe, nadie ha muerto por eso, decía.

Me sentí un peón en este juego, puse las llaves en el armario, abrí las persianas, el sol entraba con fuerza, las palomas revoloteaban en el aire, Lima tenía las mismas sonrisas fingidas. Recordé la sombra negra peleando con de Cessolis, me asombré al reconocer que esa sombra era yo mismo. Entonces lo comprendí todo, había luchado con Dios o con el Diablo…

Me daba igual.