Wednesday, September 27, 2006

Detrás de las nubes


Autor: David Hoyos Gomero (Trujillo, 1980)

Habíamos llegado hasta allá para dar una función de teatro, era un pequeño pueblo en la selva alta del Perú, hermoso, de aire puro y paisajes fantásticos. Nuestra primera noche disfrutamos de un cielo abierto y generoso, jamás vi tantas estrellas juntas y tampoco un firmamento tan profundo; acostumbrado al plano cielo de la ciudad, para mí éste era un espectáculo, literalmente, celestial.

El grupo lo conformaba el maestro, viejo actor hosco, siempre se lo veía pegado a un cigarrillo inmerso en un silencio abismal, para dirigir hacia señas y no articulaba más de tres palabras si quería hablar. También fueron un par de bailarinas de la compañía de danza de nuestra ciudad, ambas con ínfulas de superioridad, pero gracias a Dios su metro sesenta de estatura las delataba y regresaba a tierra, para finalizar estábamos nosotros, cuatro alumnos de la escuela de actuación: mi enamorada, la más temperamental, la china, la más niña y nerviosa de todos, Carolina, la más tranquila y mayor de las tres y yo el único varón.

Llegamos de mañana, lo primero como siempre desempacar la utilería, por la tarde salimos a visitar un poco el lugar, reconocimos donde iba a ser la función y en la noche fuimos a comer algunos platillos típicos del lugar. Nos hospedamos en casa de un viejo amigo del maestro director; al llegar allá nos recibió el arrullo de la lluvia cayendo sobre el techo de calamina, esto, además de todo lo bebido y comido, nos hizo caer en un hondo y reconfortante sueño, tal como rocas echadas a la profundidad silenciosa del río.

A la mañana siguiente nos despertó el volumen alto del televisor, la lluvia continuaba, pero más fuerte que en la noche, el apaciguador ruido que provocó antes en las calaminas ahora era un estallido atemorizador, las noticias hablaban de una posible tormenta en el lugar donde estábamos, ninguno de nosotros podía creer lo que pasaba, la china se asustó tanto que le bajo la presión y carolina tuvo que atenderla. Las dos bailarinas de la compañía caminaban de un lado a otro sin despegar el celular de sus orejas, tratando de conseguir línea; pegado a una mampara en el comedor, el director observaba inmóvil con el cigarro en la boca la vertiginosa caída del agua, mi enamorada y yo nos levantamos y fuimos al lado de él. La imagen y el audio de la televisión se cortaban por interferencia hasta que se corto la electricidad. Un gran barullo de gritos asustados se alzo en la ciudad por encima de la lluvia, entonces la tempestad paró repentinamente como por orden divina, ni una gota más se resbalaba de las nubes oscuras y un silencio aterrador se comió todo. Por fin se empezó a escuchar el viento, cada vez más fuerte y cerca, venía desde arriba, no era lateral como de costumbre, venia de arriba, exactamente sobre nosotros, un viento como ese sólo podía anunciar una catástrofe y así fue; la noche anterior había visto uno de los acontecimientos celestiales más bellos de mi vida y la mañana siguiente estaba siendo testigo de uno de los más nefastos, entumecidos y boquiabiertos el maestro, mi enamorada y yo pudimos ver como justamente sobre nuestras cabezas empezaba a formarse un tornado.

Las nubes gordas y grises se fruncieron en si mismas, se estrujaron formando una espiral que se fue abriendo de a pocos y se precipitó violentamente contra nosotros, entonces se sintió una fuerte succión, que nos dejó en vacío. Todo cambió repentinamente y podíamos ver como, detrás de las nubes, el sol brillaba más que nunca; mi enamorada ilusionada dijo, Se acabó, ya pasó, pero Carolina dijo lo que nadie esperaba “Estamos en medio de la tormenta esto no es más que un último minuto de paz” Nos quedamos quietos y callados, guardamos todos ese minuto de silencio como un anuncio de nuestras propias muertes y cuando pasó ese momento de gracia, un trueno endiabladamente estruendoso nos trajo de golpe a la descarga total de la tormenta.

La casa entera temblaba arrancándose del suelo, se podía sentir como el tornado aspiraba la vida de todo aquello que atravesaba y antes de llevárselo físicamente lo despojaba de su esencia, así sucedió con la china que estaba tirada en el suelo muerta de miedo, era espantoso. Entonces se escuchó la voz del director, Busquen un sótano o algo parecido, algo debajo del piso, su cigarrillo cayo al suelo mientras corría en busca de refugio. La casa tercamente se aferraba a la tierra dándonos tiempo de resguardarnos; cogí a mi enamorada del brazo y fuimos a la cocina, nos metimos en un repostero hecho de ladrillos y mayólicas, no sé que pudo haber sido del resto hasta que escuchamos a alguien que nos llamaba. Eso no servirá de nada, vengan a la sala. Se podía oír como grandes cosas empezaban a chocar contar las paredes de la casa rompiendo las ventanas. Llegamos a la sala y vimos a todo el grupo sentado en sillas con trapos negros tornasolados en las cabezas. El que nos había ido a buscar era el dueño de la casa, jaló dos sillas más para nosotros y las puso en fila con el resto. Pónganse estos trapos en la cabeza y agárrense bien de las sillas y oigan lo que oigan no se suelten ni se quiten el trapo de la cabeza para mirar, sólo piensen que todo es un sueño y cuando pase será como despertar. Dicho esto nos dejó, lo último que le vi hacer es coger el cuerpo inerte de la china y sentarlo junto a él en una silla más al lado nuestro, yo cogí fuerte la mano de mi enamorada y apretándola le dije que la amaba, la casa empezó a desgarrarse del piso, la tormenta empezó a tragarnos.

Me desperté, el timbre sonaba recurrentemente y me desperté, fui a atender por la ventana, una mujer morena estaba haciendo una encuesta para vacunar perros, despeinado, molesto y limpiándome los ojos le dije que no tenía perro, ella con sonrisa avergonzada agacho la cabeza y se fue. El cielo estaba gris y plano como todas las mañanas en la ciudad. Era lunes, inicio de una semana más. Regresé a la cama y por más que intenté volver a dormir, volver a mi sueño, no lo conseguí, No sé que fue del grupo y de mí en aquel pueblo de la selva alta del Perú, nunca sabré si sobreviví, si mi enamorada aún estaba junto a mí o lloré amargamente junto a su cadáver o si ella se lamentó arrodillada al lado mío, o si celebramos juntos el estar vivos, no sabré.

Totalmente decepcionado empecé a vestirme para ir al trabajo, no pude desayunar, una ves más el despertador no funcionó y ya era tarde. La noche anterior no terminé lo que tenía que hacer gracias al bendito vicio de leer. Odio despertar así, con un presagio de malestar, con una nube de tormenta que sé me seguirá hasta regresar a este mismo lugar. Lo único que me anima es la esperanza de llegar a la noche y poder viajar a ese instante detenido de mi sueño, quiero saber si, siquiera ahí, la tormenta pasó, me gustaría saber si, siquiera ahí, en mis sueños, aún estoy vivo o estoy muerto.