Monday, July 03, 2006

El final de la sombra

Autor: Fabrizzio Luna Victoria

(Ica, 1981)


En la plenitud de la noche Jeroen permanece en vigilia, abandonado en sus tribulaciones; esbozando dibujos a partir de su colección de miembros y órganos humanos. Lo observo acariciar la mano que encontró sobre las piedras rojas de la calle. Luego, rompe el espejo en el que estuvo mirándose reflexivo. Recostado en la acera de alguna esquina, mientras la luna se recorta por detrás de las casas como si fuera un ladrón que espera la hora del sueño para ingresar a sacudir los espacios habitables, veo a un gato posarse en una piedra y mirar la proyección de la calle hasta la balaustrada del río. Una rueda de metal que se desliza por las sombras en la luz parece haber traído a un niño; al seguir su recorrido, en las sombras nuevamente es la rueda la que va sola. Esas casas son como las orejas que él dibujó, donde los árboles en el frontis semejan a los zarcillos. Las esquinas parecen las cabezas que él pinta con sombreros susceptibles o zafios. Sin embargo, la magnificencia está en el río. Los sinuosos relieves en los músculos de los torsos inician las ondulaciones de su corriente donde se hunden los pensamientos.

Un día de faroles mojados corría y por momentos se detenía detrás de un muro. El animal que llevaba en el bolsillo roía su pensamiento.

Alguien lo cogió vigorosamente del brazo hasta un escondite debajo de las escaleras. Era un individuo con una madera atada a los hombros que sólo dejaba ver su exhalación en la obscuridad. El que huye lleva la verdad, dijo, moviendo la madera que a la luz colada entre las rendijas de las gradas mostraba signos misteriosos, tallados en un estilo primitivo.

Jeroen, en todo momento mantuvo la serenidad y tan sólo dejaba ver una línea en la boca. Nadie le conocía el rostro. Se limitó a mostrar un gesto implacable.

Había rumores acerca de un hombre que decidió herir a otro con el corte de una flor. Las palabras eran un relámpago. Un estruendo que alterarían los días subsiguientes.

Desaparecido, los rumores eran numerosos. Atribuían a Jeroen los crímenes recaídos a individuos de todos los estratos y todos los oficios. No se podía deducir si sus acciones eran movidas por prejuicios o resentimientos. Su paradero era incierto, pero el seguía actuando; los cuerpos aparecían diseminados por todas las calles. Él seguía hiriendo mortalmente con una flor. No obstante, todo es falso, pues yo lo veía recoger esos cuerpos y partes de cuerpo en los primeros instantes de cada amanecer; él no los ultimaba. Además en unas notas encontradas casualmente en las grietas de una acera, en las que figuraban versiones de transeúntes y espectadores estaba el indicio de cómo fueron hallados los restos de Jeroen. Lo penoso era que gran parte de las notas eran ininteligibles, quedando sólo algunas declaraciones un tanto excéntricas:

Dusir Amedeo, tipógrafo, residente de una casa contigua al pasaje donde se halló el cadáver del peligroso criminal conocido como Jeroen.

Nada respondió al haz de luz que solté de la linterna como un ratón azorado. Abrí por los muros diagramas pálidos y así hasta rayar el cielo alumbrando a las estrellas. Hice regresar el ratón macilento de la linterna. Noté sacudirse en el viento de la noche un sobretodo color beige, que menguaba triste por las mangas. El cuello oblicuo hasta las órbitas cerradas flanqueaba la sombría faz del ahorcado. Pájaros amarillos picoteaban el traje cercenándole chispas que caían cual lluvia, pero blanca. Por cierto, creo que llevaba sombrero.

Víspara, vendedor viandante de alfombras y otros trucos:

Miraba los fríos barrotes de la catedral, deshabitada como un corazón de campana, sola, como una morsa herida en la ciudad. Luego imaginaba y de pronto pajarillos cortaron el aire. Uno, en saltos encogidos, templando la carita y los ojos por la emoción, alzó los pedazos de papel y lluvia blanca.

…….. De la Crúa…

Ahora suenan las solapas de su abrigo en el aire. Ya parece adulto, esa sombría faz indica viajes. Quién podrá ser. Le cae una luz por la frente; hay pájaros amarillos que lo ensalzan. Qué lluvia es esa que le cae abriéndole los cabellos. Parece que esa luz le conoce.

………., conocido en estas…..; sus datos son honestos:

Te miro en la noche calzada y voZ

Estrella grave

Tu nombre existe en la sombrA.

El contenido de esas declaraciones también se convertiría en algo creíble para los demás, para mí no. Yo no creía en el suicidio, Jeroen no se había ahorcado. Decidí averiguar y en fotografías que se expendían con naturalidad pude verlo en una posición y gesto solemnes, sin indicio de vida. Fotografías que perpetuaban las calles y ese pasaje siniestro donde lo hallaron muerto. La incertidumbre giraba en torno a mí: en qué momento perdí de vista al artista que haría de la razón una mortificación para el pensamiento humano. Ese día tuve un sueño revelador: Al cadáver había que hacerle una ablución antes de su viaje a la posteridad. Mecánicamente yo despojé a Jeroen de su traje y con violencia dejé caer agua fría sobre sus restos, al punto que el desvanecimiento de unos cabellos ocultos bajo el sombrero me hizo tomar atención de los demás rasgos de aquel cuerpo, cuyo aspecto no pude resistir más, no sé si horrorizado o consternado. Sentí un terror insondable que me hizo huir de aquel lugar. Después de haber recorrido las calles de la ciudad sin luna me hallaba en los extramuros, donde se podía respirar un aire de bosque. Oí un galope furioso entre la hojarasca, que pronto se disipó como si fuera un latido del silencio. Miré hacia atrás, las luces de la ciudad centelleaban como peces en una enorme pecera. Qué significaba la Ciudad Krindarem para mí. Qué pájaros ya se habían llevado lo que yo veía. En aquel ambiente vegetal se podía oír hormigas y otros insectos devorando los árboles. De manera inesperada, sin darme tiempo a cualquier reacción, una mano me cogió de la frente y hundió mi rostro hasta las orejas en lo que se podía suponer una marisma. Allí, adentro, había un fulgor que fui venciendo a parpadeo, hasta que una imagen muy nítida paralizó mis sentidos. Era la figura de un ser vestido con sobretodo, sombrero oscuro que le cubría el rostro. En este paisaje el cielo estaba escampado, y las piedrecillas y la tierra del campo abierto, se notaban aun húmedas. Aquel ser llegó a una cuesta, y elevando su cabeza al cielo, empezó a despojarse del atuendo, y cuando dio un paso hacia adelante noté las ondas melodiosas de transparentes aguas. Sumergido hasta las rodillas, aquel cuerpo tenía el color de los eucaliptos, la sonrisa hollada por el céfiro, los ojos melancólicos como ciertas ventanas al atardecer. Cuerpo frágil, delicado, que provocó la crispación de mis ojos; tenía, además, los dientes de coral que sólo podían ser las cortinas de una voz... Apreté mis parpados y tuve conciencia de que esa imagen y aquellos rasgos que mostraban una naturaleza que no quería creer, habían de resolver el sentido de mi mortificación. Puse resistencia para liberarme de aquella escena y de la mano que buscaba ahogarme di fuertes puñetazos en el aire; pero sentí la raspadura de un escalpelo en las ijadas, descubiertas por el arrebato.

Son varios los días que voy errante por las calles. Pienso abandonar la ciudad. Aquella imagen del sueño no ha cesado en mi memoria, estoy invadido por una tristeza sin límites. En las calles hay muchos cuerpos que la gente ya no reclama como desaparecidos. No sé si deba considerarme libre por ya no ser el perseguidor, pues nunca existió otro impulso que me obligara a esa actitud; si no sólo el deseo de admirar dibujos y pinturas, concebidos en un artista que obraba por la gracia de una naturaleza distinta. Además, quería lograr un registro perenne de su vida en mi memoria; es decir, conocerlo, no sólo por sus cuadros o magnificas composiciones. Quería conocer al ser que murmuraba frases inteligibles y recogía manos, torsos, piernas,… Saber quién era; observar un rostro que nadie había develado.

Caminaba entre los puestos de libros. Hacía mucho que no había llovido como llovió esa tarde o tal vez fue mi imaginación. Dejé caer mí vista por las tapas y lomos, por los nombres de autores y en caracteres más pequeños los de la editorial. En el titulo de un libro de cuentos advertí reflejada mi melancolía. Un extraño fluir en mis venas me detuvo como si alguien tratara de comunicarse conmigo; como si ese ambiente cargado de ensueño quisiera hablarme. El viento de esa tarde era distinto, o quizá yo no reparé otras veces en el viento. La caída de un libro me permitió observar una silueta que no logré distinguir entre las sombras de los puestos contiguos, distraído además por el sonido y la velocidad de un caballo blanco que en ese momento, extrañamente aparecido, cortó la forma de la lluvia. En secreto me iba despidiendo de la ciudad, mirando sus calles, su río. De pronto, iniciándose la noche, el cubil de Jeroen que había permanecido en absoluta oscuridad, ahora mostraba un destello de luz desde su interior y las estrellas revoloteaban en su ventana. Fui presa de un sobrecogimiento jamás experimentado, sentí que mi corazón era una campana que daba tañidos secos. Esa imagen aparecida en mi sueño crecía como una flor oscura en mi mente. De súbito ingresé bajo el crujido de la puerta al cubil de Jeroen; allí no había rastro de que alguien haya estado en su interior. Los objetos seguían dispuestos de la misma manera, estaba casi a oscuras, no quise averiguar el por qué desde afuera se veía una luz ya que una quietud flotaba en el espacio y pude ver de nuevo aquellos dibujos. Traté de acercarme a la ventana; pero un fulgor se levantó como una columna en el extremo, donde se hallaban los restos del espejo. Aquella luz fue cesando lentamente mientras iba reuniendo los pedazos y sucedió que en aquel reflejo, como una fiebre persistente, pude distinguir esa imagen del sueño; aquel ser que frente al cielo abierto y las aguas transparentes fue quitándose el traje, descubriendo un cuerpo distinto; y dejando caer el sombrero ponía al descubierto el rostro desconocido, los ojos bellos por nadie imaginados. Rostro iluminado que ahora me miraba, que reflejaba arrojo y a la vez un llanto oprimido. Ojos que me decían te estoy mirando y algo que me resultaba imposible admitir. En la nostalgia de su faz había una pregunta. Vinieron a mí soplidos que borraron las nubes de mi mente, el recuerdo cubría la piedra de mi memoria. Yo había conocido al ser que se ocultaba bajo ese atavío. Conocí esa voz cuando también me conocía como el que mira la extensión del viento bajo los temblores de la luna con la frente limpia; y me sabía el siempre enamorado que llevaba flores en los bolsillos. Estos recuerdos me ofrecían las respuestas, el por qué seguía a Jeroen. Trémulo, con los ojos horrorizados y recibiendo en el cuenco de la mano mis lágrimas, murmuré con tristeza para la conciencia de esa noche:

--Yo la asesiné.

Las estrellas revoloteaban en la ventana; entre los árboles se cernía el alba, y su luz nebulosa me sorprendió inmóvil. Armado con el sobretodo y el sombrero bajo el brazo, dispuse una soga sobre mi hombro y salí como un puñal bajo el crujir de la puerta. En las calles los cuerpos no debían seguir esparcidos.