Thursday, November 23, 2006

Un plan simplemente perfecto

Autor: Gabriel Ruiz Ortega
(Lima, 1977)

Tamborilea los dedos de ambas manos en el timón. La lluvia deja sus riachuelos sobre la luna del auto y sus ojos se pierden en las aceras húmedas de Esquilache. El guardián de la calle toquetea su ventana, Martínez la baja hasta la mitad, y antes de que el guardia pueda decirle algo le dice que espera a una amiga del 122. El guardia lo ve y pese a no ser un rostro conocido, decide no seguir preguntando. Se retira, y voltea a unos metros, topándose con los ojos marrones claros que lo miran.

Suena el teléfono celular. Martínez saca el aparato del bolsillo interior de su casaca de gamuza.

- Martínez.

- Estoy esperando.

- Perfecto. ¿Qué te dijo el guardia?

- Nada importante. Ya lo despaché.

- ¿Seguro?

- Sí. No me hago problemas por un guardia.

- Así me gusta. Tengo una buena vista desde aquí. ¿Estudiaste el protocolo?

- Lo tengo bien memorizado.

- Así me gusta, Cachorro.

- Un favor, Casas.

- Dime.

- No me digas Cachorro.

Martínez apaga el celular. Mira su reloj, lleva más de veinte minutos de retraso. Se supone que Alicia Suárez ya debe estar en su departamento. Piensa en la incomodidad del señor Suárez, en la perplejidad de su rostro ante la ausencia de su apetecible mujer. En el asiento del copiloto yace la foto de la señora Suárez. La coge y la observa. Sus ojos empiezan a brillar de humedad mientras mira el escotado vestido que lleva, y le es imposible no imaginarla desnuda, lucubra cómo sería ella en la cama, las poses que posiblemente le guste. Por su porte y talla, una mujer como ella requiere de un cuerpo masculino que esté a la par de sus exigencias físicas, Martínez se siente único.

El celular vuelve a sonar. El identificador le indica que es Casas nuevamente.

- Dime.

- Ya está por llegar. Me acaban de avisar que su Toyota viene por Conquistadores.

- ¿Cuánto tiempo me das?

- Máximo un cuarto de hora. Recuerda, tienes que hacerla hablar.

- Lo sé, ¿y qué hay del esposo?

- El esposo es cosa tuya, y ella también, pero primero hazla hablar. Estaré atento a tu llamada.

- ¿Crees que vengan los de la F.E.P?

- Ellos ya están aquí. Sé que están, no te preocupes por ellos. Para eso estoy aquí, para protegerte. El Toyota acaba de doblar en la esquina. ¿Lo ves?

- Sí, lo estoy viendo. Esperaré un rato más.

- Bien. Estaré vigilando.

- Está bien.

- Ah, me olvidaba, deja el celular prendido.

- Eso haré ni bien entre.

La puerta levadiza del edificio se abre y entra el Toyota. Martínez coloca el silenciador a su Magnun y lo camufla dentro de su casaca. Sale del auto. Camina en dirección al 122. En el trayecto se cruza con el guardia de la cuadra. Ambos se quedan mirando; el guardia come despacio un sánguche que combina con la taza humeante de café que tiene en la mano derecha. El agente piensa sacarlo de acción, pero desiste de ello por cuestiones de tiempo. Además, el guardia exhibe muchas desventajas físicas con respecto a él.

Al llegar al 122 se queda parado frente al intercomunicador, el portero del edificio está viendo un programa en el televisor que está sobre su metálico escritorio. El agente hace uso de la barra de plomo y logra abrir la puerta de vidrio, al escuchar el portero el sonido se pone de pie pero el agente deja un orificio en el centro de su frente. Se lleva el celular al oído.

- Ya estoy dentro.

- Muy bien. La calle está muy tranquila.

- Que nadie más entre.

- El tiempo empieza a correr ni bien llegues al departamento. Para cuando termines todo estará listo. Recuerda, necesitamos el dato antes de las una.

- Si lo quieres rápido, me tienes que dejar libre de huevones.

- No te preocupes.

El agente acomoda el cuerpo inerte del portero en el depósito. Sube las escaleras, sus largas piernas lo ayudan a subir cada tres gradas. Llega al sexto piso, al llegar al 636 se topa con el primer escollo. Coge el celular.

- Casas, las puertas son electrónicas. Dame la clave de acceso.

- ¿Tienes la tarjeta?

- Sí.

- Pásala por la ranura.

Pasa la tarjeta por la ranura, en el holograma se graba cinco dígitos.

- A ver, dime los números.

- 5 – 5 – 2 – 8 – 6.

Casas ingresa los dígitos en el programa de su Laptop, deja por unos segundos su BK sostenida en el trípode. Los números empiezan a multiplicarse en la pantalla en azul.

- Casas, apúrate.

- Espera, huevón.

- Apúrate.

- Listo.

- Dime.

- 5 – 2 – 5 – 3 – 6. Ese ocho no era un ocho.

- Lo suponía. Dejo prendido el celular. Estaré en permanente contacto.

Martínez coloca el audífono en su oreja derecha.

- Ahora tú eres mis ojos.

Vuelve a pasar la tarjeta por la ranura y digita la clave. La puerta se desprende sin hacer ruido. Por dentro todo es oscuro. Una melodía de Jazz se deja escuchar suavemente desde una de las habitaciones. Avanza muy despacio, con el dedo listo para presionar del gatillo. Sobre la mesita de la sala yacen un par de botellas de Vodka, un cenicero con un arenoso montículo plomo y varios filtros de cigarros incrustados en él. Cruza la sala guiándose por la música, una luz se desprende por los intersticios de la puerta de la habitación principal. Pega su oreja contra la puerta. El señor Suárez discute con su esposa.

- No me gusta que llegues tarde.

- Mi madre está enferma.

- Me hubiese gustado que llames.

- Lo siento, amor. Me olvidé.

- ¿Has cenado?, si gustas, podemos pedir algo.

- ¿Tienes hambre?

- No, pero supongo que no has cenado.

- Pide una pizza, de champiñones.

El señor Suárez hace la llamada desde el teléfono de la habitación. El agente abre despacio la puerta, tiene el suficiente ángulo como para disfrutar del desprendimiento de prendas que exhibe Alicia con lentos movimientos gatunos. Suárez le sonríe, la besa y se desparraman en la cama.

- Ya viene la pizza.

- Tu pizza soy yo.

El agente considera que es hora de entrar, sabe que todos son vulnerables en plena fiebre hormonal.

- Se acabó la fiesta, señores.

La pareja queda en silencio, pasmada ante la irrupción del extraño. El sexo de Suárez ya dentro del sexo húmedo de su mujer.

- Quédense como están.

La pareja de esposos se siente más que ridícula. Pero solo les queda obedecer. El agente se acerca, coge el teléfono de la mesita de noche y acerca al auricular al rostro del señor Suárez.

- Cancela el pedido.

Suárez queda callado.

- He dicho que canceles el pedido, idiota.

Suárez llama y cancela el pedido. Un sin fin de aberraciones desfilan por su mente, y todas estas relacionadas a lo que el intruso que los apunta pueda hacer con su esposa.

- Párate – ordena Martínez al señor Suárez. Este obedece.

- ¿Quiere dinero? Llévese todo lo que quiera, tengo siete mil dólares en efectivo en una caja fuerte detrás del armario.

- Yo no necesito tu puto dinero. Yo solo quiero a tu mujer.

No demora en espetarle un golpe en la cara con el mango de la Magnun. El señor Suárez cae golpeándose la cabeza con el borde de la cama. Alicia intenta ayudarlo pero el agente le ordena que no haga nada, y le dice que, sin hacer escándalo, corra las cortinas y que apague las luces. Martínez prende la luz del baño de la habitación, junta sin cerrar la puerta, un rayo tenue de luz alumbra la estancia.

- ¿Qué es lo que quiere? – pregunta Alicia.

El agente se acerca a las cortinas, ve las luces prendidas de uno de los departamentos del edificio del frente, ubica la silueta de Casas. Mira su reloj.

- Casas, ¿cuánto tiempo tenemos?

- El suficiente, pero apúrate. Empieza a preguntarle.

Él se acerca a la mujer que sostiene la cabeza ensangrentada de su marido.

- Llévese lo que quiera, mi esposo necesita un médico.

- No te hagas la pendeja conmigo.

El agente le ofrece una patada en la rodilla, la mujer se retuerce de dolor. Contiene el llanto.

- Tú sabes qué es lo que quiero.

- No sé de qué habla.

Apunta el cañón de la Magnun en dirección a su frente. Sus ojos se encienden, toda clase de piedad queda descartada.

- Martínez, hazla hablar ya.

- Okey.

- Bueno, Maritza Obregón. Ese es tu nombre. A mí no me vas a venir con idioteces.

- Me ha confundido de persona. No sé de qué me habla.

- Sí sabes de qué te hablo.

- No lo sé, llévese lo que quiera.

Martínez no se hace problema, le dispara al señor Suárez en la pantorrilla derecha. El herido emite un sonido de tenue e inconsciente dolor.

- Ahora sabes qué es lo que quiero. Me vas a decir quién es Rodríguez Sánchez. Sabemos que llegará en un vuelo de Lufhtansa. Y tú nos vas a decir bajo qué nombre llega.

- No sé de lo que habla.

- Martínez, hazla hablar ya, se está haciendo la cojuda.

- Dime, todo será rápido, ¿bajo qué nombre llega Rodríguez Sánchez?

Ella se le queda mirando. Y no tarda en recibir un rodillazo en el rostro. El primer chorro de sangre sale de su labio inferior. Un diente ensangrentado se revuelve con espeso líquido rojo dentro de su boca.

- Dile que sabemos todo de ella.

- No lo niego, Maritza. La hiciste bien en estos años, pero todo tiene su punto final. Sabemos que trabajas con la gente de la F.E.P.

- ...

- Mm, ese silencio dice muchas cosas. Dime, ¿bajo qué nombre viene Rodríguez Sánchez? No me interesa cuánto te pagaron. No te haré daño, aunque si fuera por mí te reventaría la cabeza mientras te lo meto por el culo. Me fastidia la gente traidora.

- Martínez, los agentes me dicen que el vuelo de Lufhansa acaba de aterrizar. Tienen que coger ya a Rodríguez Sánchez.

- Dime, puta de mierda. No nos interesa con quien se va a reunir, ya los tenemos pudriéndose bajo tierra. Y si sigues con el pico cerrado tú los acompañarás. No tienes salida.

Ella yergue sus hombros. La prominencia de sus pechos muestran un par de masas de carne que logran distraer por segundos al agente. Estira el brazo, coge un polo, se lo pone.

- Si quieres, mátame. Yo no te diré nada.

- Eso lo veremos.

El agente se aleja sin dejar de mirarla, se para muy cerca de las cortinas.

- No quiere hablar y ganas que tengo de volarle la cabeza.

- Martínez, huevón. Esta no es una operación oficial, ya tenemos a los chilenos. Tiene que hablar. Los pasajeros ya están desembarcando y en cualquier momento se nos escapa.

Ella se pone de pie. Sus negros y brillosos ojos se clavan en el arma que la apunta.

- Podemos hacer un trato.

- Tú conmigo no haces trato alguno.

- Puedo hacer que Rodríguez Sánchez se vaya y recaiga todo en los chilenos. Y puedo hacer un depósito importante a tu compañero y a ti, solo tienen que darme la cuenta. Lo hacemos ahora.

- No nos interesa tu dinero.

Otra bala más se incrusta en el estómago de Suárez. Ahora sí se escucha la manifestación de dolor del herido. El agente se acerca a Maritza y la coge de los cabellos; la arrastra hasta la sala.

- Llévame a tu estudio, huevona.

Ella lo dirige hasta el estudio. Prende la luces y se le obliga a prender la computadora.

- ¿Listo, Casas?

- Sí. Perleche ya está listo.

Demora unos minutos mientras se enciende la PC. Martínez mira cada lado del estudio en busca de alguna cámara secreta escondida entre los archivadores y adornos.

- Tienen que darme la cuenta.

- No, te equivocas. Te dije, ricura, no necesitamos tu dinero. Te haré hablar, ya verás, pendeja. Casas, ¿listo?

- Listo, entra a la página.

Con la mano izquierda presiona la cabeza de la mujer contra el escritorio. Deja la Magnun al lado de la PC mientras digita la página.

- Imagínate que estás en el cine y que estás por ver una película de terror.

- Perleche está listo.

- Okey.

Aprieta sus cabellos y coloca el rostro de la mujer frente a la pantalla de la PC.

- Maritza, te presento a Percleche.

Un hombre de contextura gruesa, vestido de negro y encapuchado es quien está parado. Una Magnun en la mano derecha y un cuchillo en la izquierda.

- Dime, Maritza, ¿conoces ese lugar?

La mujer experimenta una sensación creciente de frío. Sus ojos empiezan a sentir el nacimiento de las lágrimas.

- Dime, ¿conoces ese lugar?

- Sea quien seas, tu compañero y tú son hombres muertos. No estoy sola.

- No me interesa si no estás sola. Me interesa saber si conoces ese lugar. ¿Te recuerdan a algo esos muebles?, ¿esos cuadros?, ¿esas paredes? Sí las conoces. Y no ocurrirá nada si me dices de una puta vez bajo qué nombre viene Rodríguez Sánchez.

- No te lo diré, hijo de puta.

- Perleche, la señorita Alicia Suárez, perdón, Maritza, no nos quiere decir nada. Disuádela, por favor.

Perleche hace una seña a la persona encargada de la cámara, la cámara se mueve 30 grados a la derecha. Un zoon a los rostros de dos personas amordazadas y atadas a sillas son las que copan toda la atención de Maritza. Una anciana y un niño de no más de diez años, muy asustados, son los causantes de la patente impotencia de la mujer.

- Martínez, tenemos a cuatro posibles candidatos. Te mandarán las fotos en estos instantes. Que Perleche siga en lo suyo.

- Si no me dices bajo qué nombre viene Rodríguez Sánchez mi buen amigo matará a tu madre y a tu hijo. Sabemos todo de ti, perra.

- No te diré nada.

- Perleche, a la anciana.

Maritza irrumpe en llanto. El rostro de la anciana explota ni bien recibe el disparo del agente.

- Ya enviaron las fotos.

Martínez vuelve a aplastar el rostro de la mujer en el escritorio. Abre una página emergente. Los rostros de cuatro hombres maduros de tez blanca son los que aparecen en la pantalla.

- Dime, Maritza, no hagas que tu hijo muera. ¿Cuál de estos es Rodríguez Sánchez?

- Martínez, no tenemos tiempo.

- No te diré nada, desgraciado. Mataste a mi madre.

- Y puedo matar a tu hijo si es que no me dices nada.

Casas empieza a impacientarse, lo cual es peligroso, él es el lado calmado de su compañero. Recibe una nueva llamada de los agentes que están en el aeropuerto, se le exige que ya deben saber a quién agarrar, que sería una pérdida de tiempo seguir a los cuatro sospechosos.

- Esta es tu última oportunidad, Maritza. Maté a tu madre y no dudaré en hacerlo con tu hijo. Dime, puta de mierda, ¿quién de estos es Rodríguez Sánchez?

- Púdrete, cerdo infeliz.

- Perleche, mata al niño.

Perleche se acerca a la criatura que deja hileras de escarcha desde sus ojos, pese a estar amordazado se escucha su llanto. El encapuchado apunta, su dedo anular en el gatillo, el gatillo empieza a moverse. No existe compasión alguna. El niño deja sentir su llanto aún más, se mueve, la silla se mueve.

- No, no lo mates.

- Entonces, dime, ¿quién de estos es?

- Es él.

- Perleche, deja la casa ahora mismo y ven.

- Hijo de perra.

- Casas, es la tercera fotografía.

- Copiado.

(La orden es transmitida de inmediato a los agentes. Los agentes flanquean al sospechoso y sin mucho lío lo meten a una camioneta de lunas polarizadas)

- Interróguenlo ahora. Será fácil, es un simple empresario.

- Entendido.

Martínez le obsequia un manazo a Maritza. Se dirige a la habitación y encuentra al señor Suárez arrastrándose por el suelo. Le termina reventando la cabeza con un generoso balazo en la frente.

- Martínez, en estos momentos lo están interrogando.

- Bien.

- ¿Por qué prendiste las luces de la habitación?

- Ya no es necesario tenerlas apagadas.

- Huevón, aún no sabemos si ese hombre es Rodríguez Sánchez.

- Es él.

- No te confíes.

- Las madres nunca mienten.

- Maritza Obregón es peligrosa. No la pierdas de vista.

- La acabo de gomear para que esté tranquila.

- ¿No está contigo?

- Tenía que terminar con su esposo.

- ¿No está contigo?

- No.

- Regresa donde ella, ahora.

- No me grites, Casas.

- Te grito y te ordeno que regreses donde ella.

De regreso al estudio, Maritza sigue inconsciente. El agente la mira. Qué desperdicio de mujer, piensa. Si no estuvieran en apuros piensa en todo lo que haría con ella ni bien la dope. Costumbre muy predilecta que comparte con su compañero: él tira, el otro graba.

- Martínez. Es Rodríguez Sánchez. Mátala.

- Demoraré unos minutos en acomodar los cuerpos.

La coge de la cintura, siente su vientre sudoroso, sus dedos se regodean en sus senos.

- Martínez, sal ahora. Hay cuatro agentes de la F.E.P a punto de ingresar al edificio. Acabo de ver el cuerpo del guardiá de la calle debajo de tu auto. Dos ya están en la recepción.

- ¿Cómo llegaron?

- Ella los ha llamado.

- Eso es imposible.

- La dejaste sola, huevón.

Martínez decide matarla de una vez, pero no tiene el suficiente tiempo, ni siquiera para apuntar puesto que ella le clava un estilete en el muslo. El agente suelta la Magnun y la mujer sale corriendo del estudio.

- Martínez. Mátala.

- Acaba de escaparse. Tengo un estilete clavado.

Casas tiene en la pantalla las dimensiones del edificio. Semanas atrás un agente dejó censores por cada piso y pasadizo del edificio. Casas levanta la mirada y ahora que todo el edificio está sin luz. La policía no tardará en llegar.

- Casas, ¿qué ha pasado con la luz?

Los censores de calor le indican a Casas hay dos agentes más que suben por la escalera de escape. Por la manera en la que se mueven colige que están usando binoculares infrarrojos.

- Han cortado la luz. Coge tu arma. Te guiaré.

- Me quedaré. Perleche y su gente ya viene.

- No. Perleche solo nos recogerá. Párate y dirígete a la puerta, sal, y pégate a la pared del pasadizo.

Martínez sale del departamento rengueando.

El censor indica a Casas que el primer agente de la F.E.P viene por la escalera del lado este. En menos de tres segundos estará cerca de Martínez.

- ¿Listo, Martínez?

- Listo.

- Cuántas balas te quedan.

- Tres.

- Estate atento.

El primer agente la F.E.P llega al pasadizo del sexto piso.

- Tírate. Treinta grados, oeste.

El disparo elimina al agente de la F.E.P.

- Ahora dirígete hacia el lado este.

Martínez avanza. Espera las órdenes de Casas. Por más que intenta no puede ver absolutamente nada.

- El otro está a punto de llegar al rellano. Está avanzando despacio. Ha perdido comunicación con el que te bajaste.

- Espero tus indicaciones.

- No te despegues de la pared. Ahora, cuarenta grados, sur. Tiro recto.

El segundo agente cae.

- Casas, puedo bajar. Sal tú ahora. Perleche no podrá esperarte.

- Aún hay dos más. Uno de ellos aparecerá en cualquier momento por tu espalda. Acaba de asesinar a unos huevones en el departamento 613. Solo te podré ayudar con ese. Si te ayudo con el que falta no llego con Perleche.

- Solo dime en dónde está el cuarto.

- En el tercer piso... Ahora, está por salir. Noventa grados, tírate. Dispara.

- Listo. Ahora sal. Del cuarto me encargo yo.

- Te espero en la calle.

Casas apaga la Laptop. Guarda la BK en su estuche. Se siente estúpido por no haberla utilizado. Se retira del departamento.

Martínez se acerca al cuerpo del tercer agente. Le retira los binoculares infrarrojos y coge la AKM.

Perleche aparece doblando desde Conquistadores. La camioneta negra se detiene.

- ¿Y Martínez?

- Aún sigue en el edificio.

- Tenemos que irnos ya.

- Aguarda.

En el rellano del tercer piso viene librando Martínez una batalla cuerpo a cuerpo con el agente que queda. Ambos están heridos. Sus armas están tiradas en el suelo. Un patada en el pecho tumba a Martínez. El agente de la F.E.P saca un cuchillo, pero Martínez lo tumba con una patada en el talón. Pero aún así, el agente de la F.E.P exhibe mayor movilidad, no tiene ninguna bala en el cuerpo, la que lo impactó terminó perdiéndose hasta quedar incrustada en la pared. Martínez ya no tiene suficientes fuerzas, su muslo sangra y el orificio que tiene en el hombro hacen que sus movimientos sean más espaciados. El agente de la F.E.P coge su AKM, apunta en dirección a Martínez.

- Hasta aquí llegaste, ¿cachay?

El disparo no se concreta. El agente cae al suelo ni bien recibe un balazo en el cuello.

- Puta madre, ¿qué mierda sería de ti si no viene tu marido?

- Ayúdame.

Martínez y Casas salen del edificio y entran a la camioneta. Percleche pisa el acelerador.

- A San Borja.

- No. Vamos a dar una vuelta.

- ¿Qué hablas imbécil?

- Controla tu lengua, Perleche.

- ¿A dónde quieres ir? Nos están esperando, no tenemos tiempo para aplazar la segunda parte del plan.

- Regresa al lugar del que llegaste.

La Camioneta dobla en Camino Real y avanza a toda velocidad con dirección al óvalo Gutiérrez. Baja por Santa Cruz. Martínez ordena que Perleche detenga la camioneta a una cuadra de la casa en la que asesinó a la madre de Maritza Obregón.

- Casas, pásame tu huevada. Solo será un tiro.

- Tienes el hombro hasta las huevas.

- No tanto como para un tiro de gracia.