Fuego cruzado
De pronto, un disparo quebró el cristal del silencio y las cordilleras repitieron el macabro sonido hasta incrustarlos en cada una de sus piedras, sus hierbas y sus animales que corrieron espantados por el estruendo. Aquella tarde tuvo que anochecer más temprano para todos.
¡Muerte a los traidores!, ¡viva la Lucha Armada!... ¡Veeeeva!, ¡veeeeva!, la voz campesina respondió con el cañón de los fusiles apuntándoles la espalda. Sombrero en mano, el viejo Sebastián era conducido a “Juicio Popular”.
Encargando ganados vete, Compadre, esos allqus te van a matar. Cómo escapar, Compadrito, Partido dice tiene mil orejas para escuchar a sus enemigos. Qué va, es el Eusebio, ese allqu es del Partido, él nomás avisa todo. Entonces, él seguro ha avisado, él seguro. Van a venir, Compadre, a matarte, así dice coca. Será mi destino pues, Compadrito, Partido tiene mil ojos para ver a sus enemigos, y yo ya estoy viejo para ocultarme calladito.
…¡Déjenlo vivir pues, él no ha hecho nada!; ¡déjenlo vivir a mi papacho, taytitas, déjenlo pues, a mi hermano también ya lo han matado la otra vez, déjenlo vivir a mi papacito!...
Cuando vengan, no les pidas que viva, Pullichita; tú calladita nomás, no sea que también te maten; cuida mucho de nuestros ganados y chacritas. Qué dices papacito, si Cachacos te obligaron, como Presidente de la Comunidad que responda por la comida y por el techo diciendo pues. Pullichita, anoche soñé con tu hermano, nos encontraremos pasando Awki tsaka, con él estaremos esperándote para irnos, para a estar juntos donde no haya quien nos joda.
…Antuquito, hijo, blanco como tayta Huascarán ahora andas, y más brillante tu cara como alma buena que eres; pero tenemos que estar aquí nomás hijito, hay que esperar a tu hermanita, juntos estuvimos en la vida, juntos también, carajo, nos iremos a donde tu mamá segurito nos está esperando…
…¡Si lo han perdonado, por algo será, seguramente es uno de ellos; luego del interrogatorio, será juzgado como traidor a la patria!... ¡Comprendido mi Teniente!
…Si dicen que la muerte es castigo para nosotros, que nos castiguen a todos pues; si estos jijunas supieran que la muerte es una bendición, nos dejarían sufriendo junto a ellos…
Un grito se oyó en el corral del difunto Sebastián, los que lo oyeron no podían salir porque temían morir. Sangre, sangre se vio en el plateado resplandor de la luna llena. Uno de ellos salió a medianoche, sabía que ella estaba sola, pues él fue el encargado de ejecutar a su padre; entró a su choza y la quiso obligar, escapó como pudo, pero él la alcanzó en el corral, la tumbó furiosamente, desgarró su blusa amarilla, levantó sus coloridas polleras, era virgen; pero no podía evitar dejar de serlo. Cuando él terminó, se echó satisfecho, confiado, dejando impunemente su falo descubierto latiendo erguido ante la luna que parecía sonrojarse de vergüenza; ella, tendida junto a él, exhausta y adolorida, de pronto fue invadida por el alma de su padre, por la fuerza de su padre, por el odio de su padre, lo cogió de los testículos y se los arrancó de un solo golpe, todo fue tan rápido que él no pudo ni siquiera levantar la mano para evitarlo. Por un momento que pareció eterno, Pullicha quedó atónita con la mano empuñando los sangrantes escrotos todavía oliendo a sexo, luego, henchida de algarabía loca, rió espantosamente ahuyentando a las ovejas y levantando el olor del estiércol que ahora se fusionaba con la sangre chorreante, como de un surtidor, que emanaba de las entrepiernas de aquél que se revolcaba gritando desesperadamente. Cuando los demás llegaron, ella seguía riendo con las manos levantadas, mirando aquel espantoso trofeo con vehemencia. Los demás trataron de ayudarlo; era demasiado tarde, poco después murió desangrado lleno de estiércol. Ella fue conducida a golpes ante quien luego de oír la versión del Sargento, ordenó su ejecución, después de que ella “pasara por las armas de todo el batallón” por el resto de la noche.
Al día siguiente, muy temprano, un trueno solitario quebró el sueño del pueblo, el cuerpo de Pullicha sangraba junto al de su padre cuyo rostro había amanecido con una capita de escarcha que solo el sol se atrevió a quitar. Los Cachacos dejaron los cuerpos tirados en la plaza y se llevaron a su muerto, envuelto en una frazada, como una víctima más de la Lucha Armada.
Esa tarde, los pocos que aún estaban en el cementerio, fueron los primeros en verlos regresar por la quebrada de enfrente, tenían la cabeza encapuchada de negro, los fusiles terciados, como siempre; bramaban algo que las cumbres ocultaban aún por la lejanía. El frío asoló sus rostros, la coca se les amargó en la boca, la desazón les repletó las alforjas coloridas y el sentimiento de orfandad y desesperanza se les metió dentro del poncho de lana de oveja, en las llicllas de las mujeres que al ver al sol ocultarse, otra vez, tempranamente para ellos, aullaban un melancólico yaraví; desde ahora ya no sabían qué bando era el que menos dispararía contra ellos, ni a qué sombra arrimar sus desgraciadas vidas.
Foto de Jaime Rázuri.
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