Thursday, February 15, 2007

El Golem - Jack Farfán

Debo esta imprecisión de ideas a la no muy lúcida lumbre de una habitación con una vela extinguiéndose en la noche, a la estrella que permitió hacer del nacimiento de Cristo un espantoso claustro de diamantes, al dolor ocasionado por trastornos mentales originados a la edad de la estimulación temprana, una edad a la que todos quisiéramos congelarnos. Debo este impreciso relato a una fuerza desvanecedora del seso, a una lucidez proveniente de un corazón estremecido, de una flor muriendo hacia el ocaso, una puerta para los unidos de piel y manos a la tarde.

Un insomne de todas las cosmogonías, asistió a todos los ocasos. Al dar con la puerta del laberinto, encontró un montón de arcilla y amasó un discípulo a su imagen y semejanza, prodigándole el soñado rojo Adán que latió miles de años en su corazón. Aletargado por el tiempo, vislumbró El Aleph, la perfecta y endiosada esfera desde donde vio todo, absolutamente todo, ya que la esfera es la forma más perfecta asemejada a los dioses. Como no todo es todo y cada cosa a la vez son todas las cosas, El Golem, el lector infinito que marcaba los libros con la mirada, el de las frecuentes citas memoriosas, ascendió un día hasta un estandarte de astros.

Qué íbamos a soñar, si ya todo estaba copado en sus relatos.
Cualquier libro imaginable, El Golem ya lo había leído y registrado en su memoria. Los sueños como viejas embarcaciones embrujadas reapareciendo en la niebla, los seres imaginarios, las criaturas celestes, los países remotos, las edades remotas. No había nada que cupiera en el intelecto. El Golem era el centro del Aleph, la bibliofilía irreverente, la seriedad brutal de los ensayos, el escozor del intelecto. A manera de un dios imaginario, frecuentaba los sueños de los poetas paganos, entraba y salía por los recovecos de la memoria hasta suceder lo que nunca sucediese: el olvido, esa vaga forma de la esperanza, la cual era a la vez, abominable, igual que los espejos que reproducían cruelmente a sus discípulos, trayéndolos a esa sucesión de vidas en las que sufrían los más crueles tormentos. “La reencarnación provenía entonces desde cuando nos mirábamos al espejo y nos multiplicábamos al infinito, a años luz de sucesiones de imágenes” -lamentaban los discípulos- Era pues, una reproducción fiel de las imágenes en el tiempo. Pero el Gólem educó una camada de discípulos a los que soñaba rumiando sus ideas, él advenía en el manto que cubre a los sueños.

A temprana edad, perfeccionó la escritura de los sueños en la memoria, arte que le confirió la ceguera prematura. Su memoria podía almacenar cifras grandes, fórmulas geométricas, caracteres aún no inventados por la escritura de los hombres, las formas de las nubes (un león, una cama de espuma), diríase infinitas, los destellos, los giros de los astros. En un relato, Venus podía brillar de una manera y de un color determinado, en otro, podía cambiar el decurso de los destinos de los hombres. Podía citar a los autores como quien recordaba hechos cotidianos como sacar la basura, comprar el pan o lavarse los dientes.

La idea de la historia universal era para El Golem, la de escribir un solo libro por todos los hombres; la historia de los hombres, era un libro escrito por todos ellos y en el que figuraban historias dentro de otra historias, los destinos de todos los hombres.
Los poemas de El Golem eran países, cosmogonías, geografías remotas, loas de los grandes genios que cubrieron la historia con sus pensamientos. Una vez, jugó con la mente de uno de sus contemporáneos, el mismo que se tardó 10 años en descifrar un enigma que no existía, recién pudo descubrirlo cuando ya le quedaba poco tiempo de vida.

En el transcurso de un período frente a la presencia de El Hacedor, un día el Golem advirtió su presencia infinita en un espejo; al momento, dejó de respirar y vislumbró un ocaso en la memoria. Una sonrisa aterrada proveniente de un sótano repleto de estrellas estalló en sus recuerdos y El Golem dejó de leer en su memoria a la edad de 777 años, tiempo en el cual había tejido la historia de uno de sus discípulos que lo estaba soñando, respirando a expensas de un corazón rojo Adán, en alguna de las cosmogonías gnósticas de Uqbar.