Friday, February 16, 2007

En tierras lejanas - Lino Sangalli

Mañana bailaremos sobre sus entrañas desparramadas por nuestro suelo, beberemos el vino de la victoria en sus cráneos y tensaremos nuestros arcos con sus tendones. El Sol calcinará sus huesos y toda huella del invasor desaparecerá de la tierra de nuestros ancestros.

Mil hogueras brillan en el horizonte, en ellas se calientan los usurpadores confiados en la victoria que no conocerán. A mi espalda el peñón se yergue orgulloso e invicto. Y seguirá así hasta que el tiempo se detenga. El guerrero rodeado por sus lugartenientes se encontraba de pie sobre la muralla oteando la llanura iluminada por la luna, en la que al día siguiente sería la batalla.

Llegaron un día a aquellas costas en enormes y extrañas embarcaciones, cubiertos con metal y trayendo sus animales. Parecían decididos a quedarse y no recibieron a los mensajeros de buena voluntad enviados hasta sus carpas. No les interesó conocer a los amos de esas tierras y a los pocos días de su arribo empezaron a avanzar internándose hacia las alturas, arrasando todo lo que encontraron a su paso. Montados sobre negros corceles cabalgaron por las praderas matando e incendiando. Prosperaron como la peste, lanzándose en las cinco direcciones. Las mujeres y los niños fueron esclavizados y los viejos muertos.

Y los dioses pisoteados. Los extraños estaban hambrientos. ¡El conflicto estalló! Los señores de la guerra se reunieron en el templo y realizaron sacrificios jurando venganza y destrucción para los paganos. Recuerdo los tiempos felices en que mi señorío floreció en armonía con los elementos. ¿Y mi estirpe desaparecerá? No, ellos serán condenados. Las flechas volaron oscureciendo el sol, matando e hiriendo a muchos en los dos sectores del campo. Luego soltaron a los caballeros en estampida, seguidos por los infantes que rugían fieramente mientras corrían hacia los invasores, dispuestos a destrozarlos o a ser destrozados. El choque de ambos ejércitos fue terrible. La sangre manaba de las heridas y los lamentos de los hombres casi apagaban el rugir de los aceros al morderse. Los miembros cercenados volaban por todas partes, los combatientes resbalaban en charcos llenos de sangre coagulada y tropezaban con los anónimos despojos. Los animales guerreaban con el mismo fragor que los hombres y se destrozaban a dentelladas. Muyshit en su enorme y pesado caballo se lanzó contra una muralla de lanzas y escudos tirando golpes hacia todas direcciones, rompiendo cráneos y costillas con su enorme espada. Bramante pisoteaba y mordía a los enemigos de su chalán, que caían bajo la fuerza de su brazo. Cuando la brecha que ambos dejaban en las filas adversarias fue cubierta por los guerreros solares, la batalla fue inclinándose hacia el bando tocado por la mano de Dios. La matanza era descomunal y no me gustaba estar ahí. Desperté con el toque de diana. Era de madrugada y me vestí a toda prisa. Mis borceguíes relucientes reflejaron el sol que empezaba a mostrarse en lo alto de las montañas y cuando el teniente pasó revista pude notar una mueca de aprobación en su rostro reflejado en ellos. Las banderas de nuestro regimiento ondeaban orgullosas en la cima del peñón que resguardábamos y jamás permitiríamos que fuera ocupado por aquellos perversos que nos acosaban por todos lados. Al frente en el mar, lo que quedaba de nuestras fuerzas trataba de darnos el máximo de cobertura, que no era suficiente, sobretodo comparada con la abrumadora potencia del enemigo artero. ¡Carajo! Qué bonito se veía el bicolor ondeando hinchado en lo alto, me llené de orgullo al verlo ahí bajo ese cielo limpio, ¡César los que vamos a morir te saludamos! Espero que ninguno de los hijos de puta allá abajo se llame así y qué bien que se le ve al viejo vestido con sus galones de coronel que debería ser mariscal a estas alturas. Los mineros de mierda, boliches tenían que ser, ¿no podían haberlos sacado a los rotos carajo? hijito no hay necesidad de enrolarse, la guerra es en el sur lejano y tú tienes aquí un futuro promisorio. Sí, así como este sol que es calcinante además y me hierve los sesos, pobre viejita si vieras cuántos son estos rotos malditos. Si pareciera que copularan toda la noche entre ellos y al día siguiente son muchos más que la víspera, son incontables, pero no pasarán. Nos hemos jurado resistir hasta quemar el último cartucho, que restan pocos, y así será. Toque de zafarrancho suena en lo alto y el pabellón del Comandante anuncia el asalto y ordena fuego a discreción. Todo comienza a explotar alrededor. Caos total. Un numeroso grupo de soldados con uniformes distintos al mío se acerca a la carrera disparando. En sus caras puedo notar la crispación y también el miedo. El teniente grita: ¡apunten bien hijitos!, Aguarden hasta poderles contar los pelos de sus bigotes. Aguanten, aguanten, ¡FUEGO, FUEGO, FUEGO! Sentí que me quemaba el lado izquierdo de la cabeza, como si me hubiera pegado a la olla hirviendo en la cocina de mi casa, sí abuela, me quema, y ella; quédate quieto bebe que con la manteca te aliviarás. Un jinete con uniforme de oficial pasa al galope envuelto en una bandera atravesada por muchos proyectiles. Se ven varios incendios en la ciudad allá abajo y de los grandes navíos se desprenden botes repletos de uniformes extraños con dirección a la playa. Siento que me revuelven los bolsillos. Mis plumas de dibujo y una foto de casa están allí junto con algunos cartuchos que no explotaron. Abro los ojos y veo el corvo que se lanza hacia mi cogote. Siento humedecerse el cuello de mi guerrera y alcanzo a escuchar una fuerte explosión. ¿O fue dentro de mi cabeza? ¡Qué dolor carajo! No sabía que la muerte doliera tanto.