Saturday, April 14, 2007

LA ÚLTIMA PARADA

[cuento]
Juan Carlos Romero Girón


Es una tarde única, muy distinta a muchas otras tardes normales. Tristemente el tiempo se presenta sosegado. Aprovechando la última parada del viaje, por vez primera pronuncia lo que siempre le estaba negado por su estúpida creencia de varón primitivamente formado.

-Te amo intensamente desde el día en que te conocí. Ella sumisamente permanece callada, con los ojos cedidos por el cansancio.

La calle luce desolada. El cielo advierte un azul pálido, el bullicio del viento ha desaparecido por un instante. Empujado por el cese oportuno de las cosas, se va procurando lentamente grandes dotes de animo, durante el recorrido no a querido hablarle, no a tenido las fuerzas necesarias para dirigirle palabra alguna, y es que en su conciencia reposa el recuerdo de lo cruel que a sido con ella. Quien en su venerable y sufrida vida, la única falta que ha cometido es haberlo amado. A cada evocación sus males se desbordan para aprisionarlo y hoy, más que nunca, el remordimiento lo ha tomado por asalto. Hace poco a vuelto de sus acostumbradas escapadas, con otras, que en nada se parecen a ella. Es uno de los tipos de los tantos que hay, un don Juan, libertino y fanfarrón, que llegado el momento se divierte como si no hubiera un mañana. Y hoy por única vez es conciente de ser el causante de que su mujer emprenda el viaje a muy temprana edad, parece ser que la gracia divina a tocado su cruel, laxo y tozudo corazón. Antes de que ella emprenda el viaje, lo que debe decir, es lo que nunca dijo, en su tan descarriada vida.

Ella. Una mujer de las pocas que quedan bajo el firmamento, de un buen don humano, con quien la vida no ha sido muy justa, algunas veces ha sido tremendamente horrible y dura, muy dura. Han sido contadas las veces en que también ha sido bella, como cuando nacieron sus dos hijos, por quienes se deshizo y soporto las peores calamidades. Y hoy en el silencio absoluto, sin el grato bramido del viento, con el compás ausente del canturreo de las palomas, sin el eterno cielo sereno y azulado y sin la compañía de los que apasionadamente ha querido. Debe partir. Pues le ha llegado la oportunidad única que da la vida. Él por su parte, quisiera ir junto a ella y así poder enmendar lo que no hizo en su debido momento, quisiera estar a su lado para conquistarla como religiosamente están acostumbrados los hombres de buena fe a ser suya a una mujer. Pero hay hijos que cuidar.

Detrás de él, silenciosos también esperan, los pocos amigos con los que ella ha congeniado lejos de su familia y de su tierra, son los pocos amigos que uno encuentra en los lugares donde no se cuenta con la libertad absoluta para hacer o deshacer las cosas, son amigos que cuando las cosas de la vida no marchan del todo bien, bienaventurados como caídos del cielo recaen ante tu presencia y dignamente te enseñan que la vida, a veces, aunque en pequeñas porciones es bella, inmensamente bella. Ignorados por el marido han venido, para desearle con justa razón un feliz viaje. Pero, él, como siempre ha creído que por ser su esposa es como si fuera de su propiedad, y por tal legitimidad ha dispuesto tomarse el tiempo que crea conveniente para hablar con ella. La mira. Y como si esta fuera la primera vez advierte en ella su hermosura que a pesar de sus años y de las tantas golpizas que le propinaba conserva todavía su subliminal perfección. Los golpes injustos que ha recibido a sabido bien guardárselos muy dentro de ella, de tal forma que su aspecto físico, se muestre ante los ojos del hombre que siempre amo, con toda la claridad que le brindo la naturaleza. Su cuerpo firme y dotado de hermosura, se mantiene como en sus años mozos cuando era de verdad feliz. Ese velo blanco guarnece su rostro cansado y marchito, ella va trajeada lindamente con el vestido que nunca llego a ponerse. Sobre sus negros cabellos – entremezcladas con unas cuantas canas perdidas- lleva sujetado un gancho de su madre, que con su aprisionar han calmando el bailoteo de su blanda cabellera, como cuando era niña. Sobre su cuello reposa, un collarcito flotante de la “Virgencita de Chapi”, conocedora de sus maltratos incontables. A quien casi siempre a tenido que recurrir para descargar sus penas, y hacerlas mas livianas.

- Perdóname, por haber sido muy malo contigo.

- En silencio siempre te he amado. Perdóname por no haberte demostrado mi cariño.

Su rostro rígido y envejecido, se mueve, cuando mansamente le habla, parece por el tono irónico de su voz no muy apenado, ni sus ojos vivaces sueltan ni por asomo pequeñas gotas de lágrimas, permanece a su lado mirándola fijamente, mientras en los rostros apesadumbrados de los otros, se vislumbra un desconsuelo muy profundo y dan rienda suelta a sus lágrimas. Ella permanece inmóvil como queriendo con su silencio eterno vengarse de ese hombre que le hizo pasar muchos sufrimientos. Permanece con la boca sellada, y parece ser que a optado por no responderle, de alguna manera se regocijara al saber que ese hombre duro e incomprendido tiene dentro de si un amable corazón, pero ya es tarde, quedara sólo para él , la maldición del eterno sufrimiento.

- Se que siempre quisiste que llegara este momento. Ahora me dejas. Quiero que sepas que, hoy, la habitual bondad de mi corazón de cuando era niño ha vuelto a renacer.

Él no llora, quizás llora su corazón. Por la dura realidad que ha tenido que afrontar durante su niñez, es incapaz de entregarse a sus brazos y abrazarla y con todo lo que siente muy dentro de él quisiera decirle que siempre la amado y querido, pero es tanta la terquedad y el egoísmo que recorre por sus venas que no piensa sucumbir y mostrar su lado mas débil. Pues se avergüenza descubrirse ante lo ojos de los demás que dentro de ese físico pedregoso, descasa, el niño manso e inocente que algún día muy distante fue.

Uno de los otros, hace caer su mano, sobre su hombro robusto y abatido indicándole que es hora. Ella tiene que partir. Él, no parece reparar, a perdido la noción del tiempo y el espacio, estos últimos minutos que le queda para él sólo existe ella, y nada mas. Tal vez la iluminación se ha impregnado muy dentro de su corazón y parece haberle quitado ese antifaz que tenia desde que era joven y hoy mas que nunca a dadóse cuenta que fueron tantos los errores que había cometido para con ella, la había maltratado vilmente, abandonado cuantas veces quiso para recaer en el regazo sumiso de otras tantas desafortunadas. Y hastiado de los placeres indómitos de la carne con la complicidad del tiempo que con su pasar veloz hace olvidar las amarguras, volvía a seguir explotándola.

Con la dicha angustiosa, pero dulce, de saberse eternamente enamorada de su hombre. Sabiendo también que con ímpetu y valor ha sabido resistir a cada golpe de la vida. Con la dignidad imperecedera a vivir una vida más digna que la que tuvo. Hoy se marcha. A sus cortos 42 años, bien a sabido que la vida es un autentico sufrimiento y que el mundo esta lleno de dolor.

Hace recién unos cuantos meses, él, ha reparado que sus dos hijos ya han crecido y claman con justicia ser reconocidos, y de tantas veces haberlos negado, con la silenciosa presencia de la madre los ha aceptado. Hoy, que ha vuelto a nacer - con el sufrimiento de su alma rendida - a pedido durante la semana, miles de disculpas a los que tanto daño hizo.

Y su venganza para con el hombre culpable de su pronta despedida, es quizás, no haber oído todo lo que él ha dicho, por que ella se a vengado con su silencio y con su mirada ausente. Por que ella. Ha muerto. Su cuerpo reposa tiesamente en el vestido que no llegó a ponerse el día de su matrimonio. Y es ésta – con el recibimiento quieto del día que desfallece - su última parada, antes de ingresar al camposanto y pasar a una mejor vida, si Dios se lo permite. Seguro que sí.