Saturday, April 14, 2007

Reunión

[cuento]

Jesús Jara Godoy

Primero: una reunión con personas confiables, conocedores de todo. Segundo: mi ex enamorada hace su ingreso para presentarnos a su nueva pareja. Tercero: los vinos trepan lentamente. Cuarto: una favorita pieza musical me invitaba al centro. Quinto: observo detenidamente a Nadia. Sexto: recuerdos renacen cuando me encamino hacia ella. Séptimo: un tipo se interpone. Octavo: un empujón consigue derribarlo. Noveno: la tomo del brazo y salgo de la reunión, mientras el caído es pieza de golpes financiados por mí. Décimo: frente a frente le digo que no la he podido olvidar, y súbitamente un beso nos une. Dejamos la reunión, olvidando el motivo: mi onomástico. Tomados de la mano caminamos en silencio. Las calles resultan acogedoras a nuestros pasos. Las tenues luces de algunos postes alumbran lo que tienen que alumbrar: dos seres abandonados al presente, al momento. Y a unos cuantos metros, el espacio al cual nos dirigimos: un hotel. Ahí nos esperan Carlos y Enrique.

El recepcionista nos entrega la llave del cuarto ya alquilado por mis amigos. Subimos hacia el tercer piso. En su mirada noto predisposición, un confío en ti el cual me hace su dueño provisional. Mi celular vibra. Pido unos segundos a Nadia para contestar la llamada, y me alejo un poco. Ya está. Todo terminado. Era lo que necesitaba oír. Cuelgo y voy directamente hacia la chica la cual me espera en la puerta del cuarto. La beso tocándole sus pequeños senos. Introduzco la llave e ingresamos. Una oscuridad nos envuelve. Enciendo las velas aromatizantes preparadas para la ocasión. Empezamos a desvestirnos, y me percato, por vez primera, de que la niña de diecinueve años ha quedado relegada, olvidada en la nueva anatomía que mis ojos presencian dificultosamente. Para qué describirlo. Llegamos a la cama y el sexo es el protagonista. Acomodándonos para una nueva posición, ella los ve. Sentados, con las piernas abiertas, Carlos y Enrique se masturban.

Nadia intenta separarse desesperadamente de mí. Grita estruendosamente. Nadie la escucharía. El hotel está dispuesto a mi dinero. El recepcionista es Ricardo, un antiguo condiscípulo de la universidad. Cuando le comenté mi venganza no lo aceptó. Pero después de proponerle una buena cantidad de dinero, más de lo que ganaría en un día entero, aceptó. Todos tienen un precio, Ricardito. No te acuerdas por qué terminaste aquí, sentado como huevón, y esperando a gente que se apiade de tu jodido hotel? Dime tú qué pasó, caído abogado. Ten en cuenta que te estoy ofrecieron más dinero del que te dieron esa vez. Defendiste muy bien al acusado. Pero eso de conseguir testigos falsos fue todo un revuelto. A todos nos llega nuestra hora. Fue así que se convirtió en nuestro nuevo cómplice, uniéndose a los demás.

Los gritos continúan. Le propino un fuerte golpe en su rostro para que guarde silencio. Y lo consigo. Sus lágrimas acompañan a una línea de sangre que aparece de su nariz. Me pide explicaciones, y yo se las doy. Nunca había perdonado su traición, haberme dejado por un lamentable y mediocre escritor. Un tiempo largo había pasado para enterarme de su ruptura, y de su nueva relación. Pero ésta, también finiquitó. Ya se han encargado de desaparecerlo. Mi participación en el cuerpo y vida de Nadia, terminó. Doy la señal para que Carlos y Enrique continúen. Ahora sería yo el observador. La amarran en la cama, y empiezan a tomarla. No siento piedad alguna por ella. Cuando le dije que aún no la había podido olvidar, fue para traerla hacia este lugar, hacia esta situación. Sabía que por más que ella continuaba con su lista de enamorados, no conseguía apagar la llama de mi amor, de mis recuerdos. Me paro para darles a los hombres que tengo al frente ciertas navajas y cuchillos. Hagan lo que deseen, les digo, y salgo del hotel.

Pasaron cuatro horas para que mis amigos lleguen al bar en donde me encuentro yo. Ya, Jesús. Todo hecho. Y el cuerpo? No te preocupes. Nunca aparecerá. Y se marchan cuando les entrego el paquete con el dinero dentro en agradecimiento a su trabajo. Termino mi vaso de ron, y ante la vista de los parroquianos, me disparo un balazo en la cabeza.