Saturday, March 04, 2006

Sodomización Mutua. Making of

Autor: Leonardo Aguirre
(Lima, 1976)


El texto inconcluso que sigue a continuación –fragmento dedicado a explicar la génesis y redacción de un cuento- debió ser escrito, según cálculos de Jeremy Esparza, entre fines del 2005 y mediados del 2006. Fue descubierto a fines del año pasado, luego de la publicación de las
Obras Completas (Ediciones El Caracol Emplumado, 2045), en la biblioteca personal del ya fallecido Fabio Canales, amigo íntimo del autor, en forma de manuscrito con anotaciones, e insertado en una curiosa traducción del Obispo Pratt de las Sagradas Escrituras. El cuento que motiva esta suerte de apostillas, Sodomización Mutua, no ha sido encontrado hasta la fecha. El biógrafo oficial de Gustavo Sorrento, Miguel Sánchez-Mejía, cree que éste y otros cuentos inéditos obran en poder de la viuda, Tania Kerr. Y se rumorea que la viuda piensa publicarlos en el 2055, cuando se cumplan diez años de la muerte de Sorrento. Los demás cuentos aludidos aquí se hallan en el tomo II de las referidas Obras Completas. (N. d. E.)

Hace un par de noches, en la misma mesa del Haití donde Alonso Cueto, Alonso Alegría y sus señoras respectivas acostumbran recibir el año nuevo… Hace un par de noches, en la misma mesa del Cordano que solían ocupar Víctor Humareda y sus acólitos de Bellas Artes, al pie de una percha para sombreros, entre botellas de tinto seco y cigarrillos... Hace un par de noches, en una mesa de la juguería “La Manzanita Verde”, junto al teatro Canout, esperando el final de “Baño de Damas” y el consiguiente desfile de bataclanas, congelándonos a pesar del Kirma tibio con azúcar rubia y el único puchito pasado de boca en boca (un Camel porque es más largo), Comegato, Rojitas, Gallo Hervido y yo discutíamos la verosimilitud de una escena descrita por Saúl Mora (“el Bret Easton Ellis de la literatura peruana”) en ese adefesio titulado “La Noche de los Papagayos”. “Discutíamos” es un decir: el error es indiscutible. Aurelio de Marco lo había señalado ya desde su columna sabatina del diario La Patria y todos, como nunca, estábamos de acuerdo con él. Por ejemplo, yo no siempre le doy la razón. Recuerdo aquella vez que De Marco cuestionó cierta novela de Varguitas, aduciendo que en la época respectiva no había putas en el living del Hotel Bolívar como decía el libro; por eso Borges evitaba las precisiones geográficas, para no darle gusto a esos palurdos que andan a la caza de inconexiones ficción-realidad. El caso es que Saúl Mora escribió algo más o menos así (no recuerdo la cita exacta y tampoco pienso cotejarla): “dos jóvenes rubios y lampiños se sodomizaban mutuamente.” Sic, así en el original. Se pajareó con los pájaros. Es decir, con los papagayos. Es imposible que dos mariscales se claven por detroit al mismo tiempo. Claro, a menos que uno de ellos, como fantaseaba De Marco, posea una pieza de dimensiones extraterrestres que se prolongue hasta dar la vuelta y etc., etc. Como sea, se me prendió el foco. Entonces urdí, en la misma mesa –y los contertulios celebraron mi ocurrencia-, una estrambótica ceremonia de presentación para el mamotreto de Mora. Pensé en una suerte de performance donde el autor y su colega Jack Brady, desnudos y en cuatro sobre la mesa de ponentes, intentan montar (el verbo es preciso) el numerito sugerido por el fragmento citado. Todo eso, claro, frente a un auditorio abarrotado y enloquecido (lleno de locas), con la banda de Sir Claire –dizque amante de Brady- amenizando la velada. Y, para ser más literales, los susodichos deberían estar totalmente afeitados. Es más, a modo de preludio, antes de la presentación propiamente dicha, Carlos Cacho se encargará de rasurarlos, improvisando un baile parecido a la capoeira, blandiendo un peine y una navaja, tal vez al compás de “El Barbero de Sevilla”... Naturalmente, los involucrados nunca se prestarían para tan bizarro espectáculo. Sí, pues, deben ser obligados. Y secuestrados. Y violados... Se me ocurrió luego, después de “La Manzanita”, lo que bien puede ser la piedra angular de mi próximo relato: una organización terrorista del mundo cultural que pretenda representar a las masas de literatos marginados y anónimos, y que perpetre atentados surrealistas -como la delirante presentación del libro de Mora- para atacar a los escritores que sí gozan de prestigio y monopolizan la atención de los principales medios de difusión cultural (los “letratenientes”, como los llama Comegato). Esto es lo primero que escribí después de la tertulia en “La Manzanita Verde”. Llegué a mi casa, ya de madrugada, y todos dormían. Puse en la cafetera 200 gramos de Monarca extra-fuerte y corrí al grifo por una cajetilla de Marlboro grande. Antes de sentarme, cargué el equipo de sonido Aiwa Four Speaker System con el “Revolver” de los Beatles (no, no cargué mi revólver: aquí no habrá suicidio alguno ni knock-out cortazariano). Luego desenfundé la vieja Olivetti Lettera 220 de mi abuelo (lo siento: no es la socorridísima Remington ni la célebre Underwood de Martín Adán) y encabecé la página con la fecha correspondiente. Pero afuera chillaron unos frenos y me asomé por la ventana: un Mitsubishi Lancer color acero del 2002 vomitó a una pelandusca de Tayssir stretch focalizado cuyo Poison o Channel Number Three ascendió hasta urticar mis fosas nasales. Perdió un taco en el aterrizaje forzoso y conchasumadreaba al vehículo en fuga. Silbé y levantó la vista. Le hice una seña con la cabeza. Subió a mi departamento. Estaba ebria: pude reconocer la mezcla de Kankún, Kola Real y el vómito inexorable. Me dijo que se conformaría con un café si es que estaba bien hecho. El aroma del Monarca extra-fuerte pareció despertarla (temí que recapacitara y olvidara la oferta) pero luego de empujarse la taza hirviendo de un solo tirón, se lanzó sin mayor trámite a mis pantalones de pana Guy Laroche... Mentira. No hubo tal Mitsubishi Lancer y ninguna puta en realización subió a mi cuartucho. Por cierto, disculpen también el estilo Mora. Además, en mi jato sólo hay café instantáneo: por eso prefiero tomar té. Los puchos sí son Marlboro (de contrabando: o sea, baratos como los Hamilton). Tampoco sé de perfumes: ese Poison lo vi en una Cosmopolitan de mi abuela y ese Channel viene de una canción clásica de Rubén Blades (“érase una chica plástica, de ésas que van por ahí...”). Por otro lado, ya tampoco está de moda. Tendría que ser una puta de los años cincuenta para comprarse un perfume así. Como las que esperaban en el living del Hotel Bolívar... Es más: ni siquiera tengo máquina. Escribo a mano, siempre, y sólo el cuarto o quinto borrador legible lo mando a tipear a mi vecina (una viuda cuarentona y calentona) cuya ventana puedo, y suelo, ver desde aquí. Precisamente, aquella madrugada, sus luces andaban prendidas y en ese momento se paseaba en camisón inquieta como una tigresa enjaulada y la llamé con un silbido y luego... Bueno, el caso es que ensoñaciones húmedas de tal calibre no me dejaban escribir, y no me quedó más remedio que cantar con Frankie: “recuerdo aquella cometa que yo de niño volaba...” (pensando en mi vecina de Tayssir atigrado, desplumando mi enorme papagayo hasta que me hizo perder el control de mi Mitsubishi Lancer y atropellé un travesti de Arequipa con Canevaro y luego nos fuimos contra un poste y mi mente se puso blanco leche como la página vacía). Dicen que Hemingway tajaba 30 lápices antes de comenzar; y que Tom Wolfe todavía recorre las calles de Brooklyn antes de ocupar el escritorio (en limousina, supongo) tal y como lo hacía Dickens por los muelles de Londres (a pata, naturalmente); luego, Willa Cather leía algún versículo de la Biblia, versión 1611, dizque para entrar en contacto con su prosa elegante... Bueno, yo sólo me masturbo. De modo que, una vez limpio y descargado, comencé a redactar con furia la escena de la performance (ya sin resabios de lujuria: no vaya a ser que me excite con mis propios personajes). El título del relato cayó sobre la página de manera natural: Sodomización mutua. Me levanté para echar apenas un hilito de leche sobre mi taza de porcelana inglesa regateada a un cachinero de Sullorqui (no los vulgares jarrones de quáker que sirven en el café Zeta) y en otro recipiente puse a cargar el té. Luego lo vertí sobre la leche (nunca al revés: yo sigo la receta de la “perfect cuppa” de George Orwell). También cambié de disco: “Abbey Road” por “Revolver”, y encendí otro Marlboro con sabor a Montana (comencé a dudar de la autenticidad de los cigarrillos de contrabando). Adelanté “Come Together” (maldita sea la hora en que escuché el adefesiero cover de Michael Jackson) hasta llegar a “Something”, la preferida de Frank Sinatra. Y debí hacer otra pausa para instalarme en mi sillón favorito (no es un sillón Voltaire) porque esa maravilla de canción me resulta casi afrodisíaca. Pero el aliento cómico del siguiente track, “Maxwell’s Silver Hammer”, suprimió de golpe mis devaneos lúbricos. Menos mal: otro cometazo me hubiera robado energías para el trabajo literario. Así que regresé al escritorio. Volviendo al punto, lo que intento dejar en claro es que, a pesar de las carencias, me preocupo por cuidar cada detalle para que el acto de escritura sea casi una ceremonia litúrgica. La taza lujosa, el té con leche en proporciones exactas, los puchos, los Beatles... y también la colección de muñequitos de Star Wars en el filo de la mesa (Varguitas tiene hipopótamos). Incluso la cometa –sólo una- es parte del ritual. En fin... Dije que comencé a escribir. Mejor dicho, a transcribir todo lo esbozado mentalmente en “La Manzanita Verde”. Y resolví luego que ese numerito asqueroso de la “sodomización mutua” sería filmado y distribuido en los principales programas noticiosos de televisión. Además, convoqué a un nuevo presentador. El inefable Risso, libro de Mora en una mano (también desnudo, pero con casco y borceguíes), obligaría al par de gatorades -Mora y Brady- a olerse y lamerse como perros (mutuamente), todavía embadurnados de after-shave, recordando la memorable escena de “La Ciudad y los Perros”. Luego de leer el fragmento citado, Risso diría lo siguiente con entonación protocolar: “si no sois capaces de sodomizarse mutuamente como mandan las Escrituras, yo os penetraré contraeltráfico por los siglos de los siglos”. Aplausos y vítores del auditorio enardecido y ardiente. En seguida, Risso rematará la breve alocución con un solo gesto marcial y una cariñosa despedida: “luego haré lo mismo con todos y cada uno de vosotros, comenzando por la parte delantera y terminando por la parte posterior; conmigo será hasta otra oportunidad, muy buenas y cordiales noches.” Gritos desesperados y fuga del público en estampida. Fin del video. En el programa de Hildebrandt –compartiendo la mesa con Querol, el especialista en secuestros- Risso arguirá que fue obligado por los “plagiarios” a decir y hacer tales disparates. La parte final de la videograbación no se difundirá para no herir susceptibilidades (pero se venderá en El Hueco de Abancay y circulará por internet). Intuyo que, naturalmente, el émulo de Bret Easton Ellis renunciará a la televisión y desaparecerá del mapa. Brady se regresará a Miami más rápido que volando y no querrá conversar con los medios (algunos dirán que sigue en Lima, escondido en el departamento de Diego Carty). Y Risso acabará en Lurigancho, sufriendo la ley del burro por los siglos de los siglos: la policía creerá que todo ese asunto de los terroristas literarios no fue más que un invento suyo. Conjeturo que Risso escribirá más tarde, desde la cárcel, la “verdadera” historia del secuestro, matizada con sus propias experiencias en Lurigancho. El grupo terrorista que se atribuirá la performance (aunque la policía nunca se dará por enterada) está ya más o menos esbozado en mi cuento “La pluma y el martillo” (antología “Papelera de Reciclaje”, diversos autores, Ediciones El Caracol Emplumado, 2005). Y a decir del Gallo y Rojitas, luego de escuchar el argumento parcial, “Sodomización mutua” bien podría ser la segunda parte de aquél. Por otro lado, el personaje del cabecilla, Lucas Manzur, deriva, en buena medida, del Conde de “La pluma y el martillo” (en adelante, sólo “Pluma”). Pero también fue, de algún modo, el poetastro desgarbado de “Clark Kent olvidó la capa”, un cuento anterior, publicado en no sé cuál número del fanzine “Asociación Ilícita para Delinquir” (que circuló clandestinamente en la Universidad Católica, allá por el año noventa y nueve). En “Pluma” le volví a poner capa, pero negra, y le afeité la voluminosa cabeza (la de arriba) y así se parecía más a Fantomas que a Superman. Pero en “Sodomización mutua” (es decir, en lo que va del proceso de escritura), el protagonista exhibirá un nuevo matiz: cierta ambigüedad sexual nunca asumida del todo. De hecho, estoy pensando en la siguiente escena: Lucas Manzur en un hotelucho piojoso de Breña, junto a su amante ya dormida, masturbándose con nerviosismo frente al video sin volumen de la performance. De “Clark Kent” también tomaré prestado el primer párrafo: una especie de monólogo joyceano. La idea me asaltó, recuerdo, un lunes por la mañana, esperando al editor de Culturales en el recibidor del piso nueve de La Patria (mi chamba de aquel entonces: entrevistas zalameras con los “letratenientes”): contemplando una colilla de Marlboro Light enterrada en la arena de esos cilíndricos ceniceros de oficina, pensé, como Clark Kent o Lucas Manzur, en una solitaria lápida de un tal Marlowe, Malone o Marvel (la arena cubría parcialmente la marca) en el cementerio de una playa, igualmente solitaria, junto a un mar chispeado de barcos hundidos que dejan asomar los tétricos mascarones de proa. La cadena de fúnebres asociaciones se sustenta en el delito que Manzur acaba de cometer y aún no termina de comprender (como su híbrida sexualidad). Lo imagino solitario, derrumbado en un sillón de la Redacción del Suplemento Cultural, casi velando a su propia víctima -puchos en lugar de velas-, y esperando absurdamente a que alguien lo descubra (así como en otra escena, que acabo de urdir, se queda meando por media hora en el sucio baño del Le París, deseando que aparezca un mariscal a coquetearle). Pero nadie lo descubre: ni en el periódico ni en el baño ni en el mundillo cultural limeño que se supone controlan los “letratenientes” y a quienes envidia secretamente. Ese primer párrafo puramente mental perfeccionará la técnica ya usada en “Pensylvannia por Detroit” (mención honrosa en el concurso de la revista Variedades). Pensándolo bien, el monólogo no será estrictamente joyceano; en todo caso, será Joyce digerido y evacuado con cierta elegancia. Del irlandés podría decir lo que Borges dijo de Cortázar: “se ha perdido en juegos formales”. Y quizá también convenga recordar aquí lo que dijera Roberto Arlt en el célebre prólogo a “Los Lanzallamas” con respecto a Leopoldo Bloom: “un señor que se desayuna más o menos aromáticamente aspirando con la nariz, en un inodoro, el hedor de los excrementos que ha defecado un minuto antes.” Sin embargo, tampoco estoy de acuerdo con excluir tales experiencias del campo literario, por más escatológicas que resulten (recordemos, por ejemplo, el excrementicio poema inicial de Trilce). De hecho, pretendo bañar “Sodomización mutua” (en adelante, SM) de fluidos corporales. Incluyendo la sangre, por supuesto. No puede ser de otra manera puesto que estamos hablando de homosexualidad y terrorismo... Por cierto, olvidaba decir que estos subversivos chupatintas, así como en “Pluma”, acostumbrarán reunirse en algún punto de la vasta red de conductos subterráneos coloniales que horadan el subsuelo de Lima cuadrada. Y, por otro lado, también pienso utilizar en SM el importante personaje femenino de “La pluma”. Lógico: los chupatintas necesitan una musa. Una extranjera. Una mujer, no un travesti, como insinué en “La pluma”. Aunque... como en los subterráneos no hay mucha visibilidad... su figura casi fantasmal, su voz ronca y su acento marcial... sus enormes pies de campesina europea... no lo sé... Y, lo mejor, se me ocurre en este instante, es que todos han tropezado sin querer con su pieza descomunal (perfecta para la sodomización mutua), pero, por supuesto, nadie lo confiesa... sí, es posible... voy a anotarlo... Pero comencemos primero por definir al personaje de la musa. Hasta el momento, en mi ficha consta que se hace llamar la camarada “Zuly” y es una sueca culturosa de nobles intenciones que, por pura casualidad –lo mismo pudo adherirse a una ONG pro defensa de las aves zambullidoras de Tambopata-, se involucra con Manzur y su pandilla. Pero se hace la sueca cuando las papas queman. Al principio, la banda de Manzur se autodenomina “Comando de Acción Cultural Organizada Nacional”. Más tarde, presumo (como ya dije, SM todavía es un “work in progress”), reducirán la pompa hasta quedarse con el título “Comando Cultural”. Esto, para economizar palabras y porque, de otro lado, las siglas C.A.C.O.N. o la variante COMACULON acentúan innecesariamente el ridículo que ya caracteriza al grupo y sus atentados. De hecho, al principio, los atentados sólo serán ridículos. Después del cisma (que explicaré después) rozarán lo delincuencial. La performance, por ejemplo, se adscribe a la segunda etapa. Antes, lo más audaz que les recuerdo (es un decir: todavía no he escrito esa parte) es una quema pública de las novelas “consagradas” –versiones pirata- en los jardines de San Marcos (que acabará en pollada bailable); una corona de navidad hecha con los cadáveres de dos gatas mordiéndose las colas (mutuamente) y colgada, con luces y todo, en la puerta de la casa de una poetisa feminista; y el Mercedes rojo diablo de Rolando Amprimo transformado en un taxi-cholo (con Robert The Nigger). Supongo que hacia el final del cuento optarán por asesinar, uno por uno, a todos los “letratenientes”... aún no estoy seguro. De acuerdo a mis notas, el cisma corresponde a un simple asunto de faldas que derivará en una discusión ideológica y marcará el clímax de la narración. Lucas Manzur, el líder sanguinario, y Jaime Cadillo, portavoz del ala moderada del Comando Cultural, se disputarán los favores de la camarada Zuly. Bueno, en realidad, todos los miembros cortejarán a la sueca. Y ella, por supuesto, cotejará todos los miembros... antes de optar, finalmente, por Cadillo (tras un breve romance con Manzur). Pero del destino de los moderados no pienso ocuparme: después del cisma me dedicaré sólo a los sanguinarios. Imagino que Cadillo y sus adeptos continuarán con los numeritos “epatantes”, tramarán pasquines de existencia fugaz, y editarán nuevas Antologías Desechables (con Manzur ya dieron cuenta de la poesía; Cadillo pondrá el ojo en la novelística, cuentística, teatro, etc.). Y no me sorprendería que, en otro destino posible (¿“Pluma III”?; recordemos que SM puede interpretarse como “Pluma II”), la sueca provocará sucesivas escisiones hasta que, como en el estúpido juego infantil, la facción moderada se reduzca a “grupos de uno”. O tal vez, luego de arrasar con el subsuelo, la musa decida subir y engatusar a los propios letratenientes (como ya pasó en “Pluma I”). Supongo que la última vez que me ocupe de Cadillo y los moderados los haré batallar contra los “duros” en las catacumbas de San Francisco (tibias y cráneos contra chairas y molotov) y le otorgaré a la gringa un papel importante en el cese de hostilidades (en otro futuro posible, “Pluma 2.5”, los enfrentamientos no cesan jamás y la musa, cual trofeo de guerra, pasa alternativamente de un bando a otro hasta que todos terminan contagiados de una mortal ETS). Caray... esto se me escapa de las manos... estoy pensando que en lugar de escribir varios cuentos -varias “Plumas”- sería más conveniente componer una novela con todos los futuros posibles... ya veremos... en fin. La escena de la performance –hito en la historia post-cisma de los fundamentalistas culturales- fue, como dije, redactada febrilmente en la primera noche. La segunda sufrí el típico bloqueo y debí dedicar toda la jornada a perfeccionar los esquemas, las notas, las fichas, etc (y eso tampoco es escribir, como dice Doctorow). La tercera noche, como la sequía continuara, resolví, a modo de ejercicio, ordenar y convertir en un texto más o menos narrativo –éste, el “making of”- todo lo apuntado en la veintena de papelitos garrapateados: boletos de medio pasaje, facturas de telos, volantes, sobres de té y materiales igualmente endebles (no, no escribo en servilletas ni en papel de fumar). Podría decirse que se trata de un experimento. Este artilugio casi borgiano (suerte de apostillas a un cuento inexistente; la diferencia es que tarde o temprano tendrá que existir) se me ocurrió aquella noche, la tercera, quizá por influencia del “Anthology” de los Beatles que me prestó Comegato y que acompañó la redacción de estas líneas. Como el lector culto seguro no ignora, tal disco (o, más bien, seis discos en tres volúmenes) es una recopilación de versiones inéditas de las canciones ya conocidas; es decir, ensayos y “takes” previos a la edición final, alternados con “speechs”, piezas instrumentales, jam sessions, etc., etc. El punto es que ese disco tiene valor por sí mismo, por más que su naturaleza sea la imperfección, la fragmentación, la provisionalidad y, sobre todo, la dependencia de la discografía oficial. De hecho, algunas versiones del “Anthology” -y en esto le doy la razón a Comegato- me parecen superiores a las definitivas. Así, bien se podría decir que el texto presente es el “take 1” de SM. De igual modo, recordé un par de cuadros de Humareda que también podrían ilustrar la esencia de estas apostillas. Primero: su mínimo y grisáceo cuarto-taller del Hotel Lima, en La Parada, transfigurado y convertido en una simpática buhardilla de París. Segundo: un autorretrato donde posa el pintor junto con sus personajes habituales: arlequines, quijotes, toreros, putas, etc. Como queda claro, escribí este “making of” considerando estos antecedentes y con la intención, quizá pretenciosa, de postular su valor autónomo. Claro, primero no fue más que un ejercicio de relajación. Pero después lo reformulé hasta convertirlo en una addenda del cuento por venir. De hecho, lo meta y extra-literario me ha interesado siempre. Por ejemplo, “Clark Kent”, “Pluma” y SM (imaginando que ya lo escribí) están protagonizados por escritores, y los temas involucrados, finalmente, son el oficio de escribir, el mundillo cultural limeño y los dizque sucios engranajes de la maquinaria editorial. Por otro lado, “Pluma” incluye pequeños relatos dentro del gran relato. Y en SM quizá también decida mostrar el talento de los terroristas literarios. Se me antoja, por ejemplo, que Lucas Manzur es el más prometedor, y seguro lo sabe, pero tanto él como sus adeptos piensan en destruir antes que crear. Y en tirar con la musa, naturalmente. Aunque, si la camarada Zuly se fugó con Cadillo, ¿quién será la nueva musa de Mansur y los sanguinarios?... Una ocurrencia de último minuto: la sueca es la única que nunca deja de escribir (una curiosa mezcla de sueco, inglés y castellano) y, sin decírselo a ninguno de sus camaradas, enviará un cuento al prestigioso concurso de las 55 palabras del diario La Patria y entonces, para sorpresa de todos, sucederá que...

Aquí se interrumpe el texto. Aún no se ha determinado si Sorrento abandonó la redacción o si las hipotéticas líneas faltantes se diluyeron en una profunda mancha imprecisa que cubre un tercio de la última página. Actualmente, Jeremy Esparza y Sánchez-Mejía se abocan a despejar la incógnita (con la asistencia de laboratoristas expertos en efluvios corporales). Los referidos estudiosos han anunciado ya, para el próximo año, la publicación del resultado de sus investigaciones.
(N.d.E.)